Domingo,
el silencio matutino era roto por el centrifugado de una lavadora (estas no
entienden de días de descanso). Se había levantado después de lograr cerrar los
ojos, aún maquillados, durante lo que le habían parecido unos segundos. Había
preparado café, tomado aquel antiinflamatorio fluorescente, encendido un
cigarrillo… el espejo del baño le devolvía una imagen familiar. Anoche no le apetecía
desmaquillarse, ignoró aquellas voces femeninas que dictaban reglas de belleza.
“Tan solo es máscara de pestañas”, pensó.

El
domingo le brindaba tiempo dedicado, tenía planes sencillos, una comida en
familia, un intento más de leer plácidamente, una película agradable, una
bañera llena de agua, un paseo sin prisas… tenía planes sencillos. Recogió la
ropa que había ido desperdigando por la casa la noche anterior, la camiseta en
el baño, las sandalias en el pasillo, la chaqueta en la cocina, los pantalones
en el salón... sus caóticas llegadas a casa eran una marca registrada, en algún
momento se había hecho el firme propósito de corregirlas pero no deseaba
controlar ese momento de desorden. El salón olía a tabaco, junto a un gin tonic
aún sin terminar, el cenicero la acusaba rebosante de colillas apuradas…

Últimamente
no lograba terminar los días y comenzarlos de forma racional, las sensaciones
atesoradas en la piel la llevaban ventaja, controlaban aquellos momentos. El
resto del día lograba encarcelarlos, a veces hasta con éxito…
Apuró
el café, se incorporó dejando que su cuerpo se quejara… las seis y diez, era
domingo, tenía planes sencillos…