El
día había sido largo y muy cansado. El camino hasta casa, interminable, ni el
tiempo acompañaba, lloraban las nubes, el viento enrabietado no dejaba
descansar las ramas desnudas de los árboles. Rulo estaba escondido bajo el
seto, tratando de guarecerse de la lluvia, no le gustaba su caseta.
Sacudió
las gotas de agua que se habían posado sobre su chamarra y restregó los zapatos
en el felpudo. Sólo una tenue luz se escapaba de la puerta entreabierta del
baño. Dejó las llaves encima de la cajonera de la entrada, colgó su abrigo en
el perchero, se deshizo del calzado junto a la cama… semidesnudo se coló en el
ambiente húmedo del baño. Terminó de desnudarse y en medio del silencio roto
por el agua de la ducha se deslizó junto a ella. Aquella sonrisa calentó su
alma, esa misma sensación invadió su cuerpo al acercarse un poco más… el jabón recorría
su espalda, no pudo evitar envidiar su camino… acarició su piel descubriendo
secretos, rozó su cuerpo susurrando besos, coqueteó suavemente con cada rincón…
sus dedos escribían el más delicado de los poemas sobre renglones
exquisitamente curvados... el agua bailaba al son de suspiros plenos… las
palabras se escondieron bajo las toallas por miedo a diluirse…
El
silencio reinaba, ni una sola palabra había contaminado aquel momento. Se
deslizaron bajo aquella manta que en otro tiempo pareció pequeña. No buscaron,
sólo encontraron. La delicadeza tornó en deseo, y las piezas redescubiertas
bajo el agua comenzaron a encajar…
Durmieron
juntos, mas no el uno al lado del otro, durmieron como hacía tiempo no lo
hacían… El amanecer los sorprendió desperezándose de la noche…
Con
el café aún en la mano, se acercó y besó sus labios. Recogió las llaves de la
cómoda de la entrada y salió por la puerta. Rulo jugueteaba con una pelota
vieja, era sencillamente feliz.
Cuando
regresara, transcurrido el día, su perro sería el único que se emocionaría por su vuelta. No volverían a compartir manta, ni volverían a dormir juntos…
aquella fue la bella rúbrica que pusieron a su historia, nada de reproches, ni
portazos, ni gritos, ni lágrimas, simplemente una despedida llena de buenos
recuerdos…