
La
tienda invitaba a entrar y saciar ese sano “querer saber” y provocar algunas
risas y comentarios llenos de segundas intenciones. Les llamó especialmente la
atención la vitrina de las novedades. Novedades para una ciudad provinciana
como aquella, porque los productos exhibidos eran más que conocidos por todos
los que hubieran sentido el impulso de conocer aquel mundillo. Las risas
llevaron a las apuestas y entre los dos decidieron regalarse aquel que más
curiosidad despertó. Un solo regalo pero ambos tendrían un objeto diferente
para disfrutar. Eso sí, el uno sin el otro no funcionaba, aunque ambos
decidieron no contarle al otro cuando lo utilizarían…
La
mañana transcurría como cualquier mañana de lunes, el teléfono no paraba de
sonar, la fotocopiadora se negaba a funcionar, olía a café recién hecho, las
carreras en el pasillo se sucedían, de algún despacho salían voces tratando de
escapar del tiempo…
Inés
y Juan trabajaban juntos desde hacia tiempo. A pesar de ser muy diferentes
(quizás no tanto) habían entablado una curiosa amistad.
Juan
entró con prisas en la sala de reprografía, la impresora le debía unas cien
hojas de su último proyecto. Allí estaba Inés con cara de pocos amigos, una de
las fotocopiadoras había decidido tragarse parte de su trabajo y vomitarlo
hecho un verdadero guiñapo.
…llevaba
en el bolsillo aquel maravilloso mando que aún no había estrenado, pulso el
botón, mientras observaba divertido el ceño fruncido de Inés, que desprevenida,
dió un respingo…

Entre
distraída y enfadada se apoyo en una mesa y reenvió su trabajo a la impresora,
deseando que los documentos en cola la dejaran respirar durante un par de
minutos. Cruzó una mirada con Juan que recogía juguetón su proyecto. No estaba
seguro, pero hubiera podido jurar, que durante un segundo, Inés (desconcertada,
eso sí) había sonreído. Le dio los buenos días y salió de la habitación. Al
cabo de unos segundos la vibración desapareció, mas no pasó lo mismo con una
traviesa sonrisa que se dibujo en su cara…