
Escribía
para despojarse de la imagen que el espejo le devolvía, o al menos de la que
ella creía ver, autocríticas mal plasmadas, palabras que sacaban las uñas y la
herían sin control. Y el poder de las mismas era tal, que su cuerpo comenzaba a
sentirse enfermo. Nada llenaba su tiempo, la cámara lenta se había instalado en
su vida. Ni su trabajo, insano trabajo, ni su afición a la lectura, ni… nada.
Acurrucada
bajo las mantas mientras la fiebre acampaba con ella sin motivo aparente,
repasaba y regresaba a momentos vividos, a momentos inventados, a momentos
dolorosos, a momentos… y se marcaba pequeñas metas, para el día siguiente (con
permiso de la fiebre, claro está), para el fin de semana, para el mes
siguiente, para el año siguiente… pequeñas metas. Y cuando la decisión aún
estaba aflorando la necesidad acuciante de desaparecer diluida bajo aquellas
mantas cobraba vida…
…quizás
una ducha evitaría aquello que parecían ser pensamientos provocados por
delirios más que por razonamientos personales… las tiritonas hacían que
disfrutar del agua deslizándose sobre su piel fuera un mal relato erótico, se
obligó a mantenerse bajo el chorro de agua templada unos minutos más, su piel
erizada transmitía sensaciones contradictorias, salir o no salir, esa era la
decisión. El frío se apoderó de su cuerpo aunque el termómetro no estuviera muy
de acuerdo, treinta y nueve, un bonito número… Regresó de nuevo bajo las
mantas, sus dientes marcaban un ritmo desigual, atropellado, desesperante. Se
abandonó al tiempo, a las críticas, a las sensaciones, al cansancio… al sueño y
por fin logró que dos horas parecieran cinco minutos… de regreso a la cruda
realidad aquel bonito numero había reducido su importancia, treinta y ocho y
medio era un número de lo más común. Empapada en sudor se dirigió a la cocina,
necesitaba beber algo, aunque no le apetecía demasiado. Allí, encima de la mesa
blanca, estaba aquel cuaderno de pastas rojas, aquel malvado conjunto de
palabras que empezaban a resonar de nuevo en su cabeza, leyó las últimas líneas
mientras tomaba un sorbo de agua de un vaso desproporcionadamente grande… las últimas
líneas no eran más que producto de la fiebre que la acompañaba…
