Nuevos tiempos se avecinan. Nuevos retos,
nuevos intentos de ser felices, nuevos estilos de vida, nuevos trabajos, nuevos
métodos políticos, nuevos sueños, nuevas costumbres, nuevas metas, nuevas…
Parece que la naturaleza es capaz de
pararnos en seco y podemos aprender de ello.
(A veces me pregunto qué más tenemos
que hacerle para que nos extinga, pero eso es otra historia).

Ahora, ahora que somos (un poquito)
conscientes de lo vulnerables que somos y que si ella (la naturaleza) quiere,
nos puede aplastar en cuestión de semanas con un bichito chiquitín; que, además
he de suponer, que no le ha costado mucho crear.

Claro que el ser humano parece estar
programado para olvidar, y lo entiendo, si una madre recordara solo y exclusivamente
el dolor del parto, nos abríamos extinguido hace mucho tiempo, pero las madres
recordamos el momento de tender los brazos para acoger la nueva vida y
repetimos. Olvidamos los malos momentos o al menos los suavizamos, y quizás tendríamos
que empezar a programarnos para generar una alarma que nos recordara que, a
veces, por supervivencia, hay que rememorar la crudeza, el sufrimiento, la
crueldad o el dolor de los malos instantes, para seguir aprendiendo de ellos y
evitar repetirlos (o al menos saber enfrentarlos de forma más eficaz si se
repiten).
Me separé hace muchos años. Fue una
separación dura, llena de sufrimiento y dolor por ver que la vida, la mía y la
de mis hijos, no era compatible con el amor que le profesaba a la persona con
la que había intentado construir una familia. Tuve que elegir entre una cosa y
la otra. Acerté en la decisión, pero fue muy complicado tomarla, tanto que aún hoy
por hoy, después del tiempo transcurrido, en los momentos de mayor
desesperación (que los tengo) me replanteo aquella decisión y tengo que
recordarme a mi misma que mi vida y la de mis hijos era (y es) más importante
que el amor que sentía por aquella persona. Esa alarma, la cree yo, dentro de
mi para salvarme una y otra vez de mi pasado, de aquel pasado.
Quizás el ser humano tenga que generar
en la especie, una alarma que le salve de si mismo, una alarma que se vuelva atávica
y nos proporcione seguridad, esa que nos permita seguir sintiéndonos pequeños y
privilegiados por el simple hecho de vivir. Esa que nos muestre que las
necesidades básicas son simples y tenemos (todos) el derecho a tenerlas
cubiertas y la obligación de que todos las podamos cubrir. El resto de las mal
llamadas necesidades que cada uno decida si realmente es necesario cubrirlas
con premura o simplemente son pequeños lujos, que quizás no sean más que deseos
generados artificialmente.
Estamos en ese “ahora”, tenemos (otra
vez) una nueva oportunidad; nosotros decidimos, como especie, si queremos
aprender y salvaguardar la vida o preferimos seguir comprando papeletas para
nuestra extinción.
Un individuo rediseñando un pequeño
aspecto de su vida genera un cambio, y por suerte todos tenemos ese poder,
quizás sea hora de empezar.