Se sentó frente al espejo y trató de ser lo más honesta posible consigo misma.
…quizás
no le gustaba la imagen que el espejo le devolvía, pero era su imagen…
Resignada fue un poco más allá de las canas, las arrugas, los kilos de más o
aquella mirada cansada. Las últimas semanas la habían removido mucho. Había tenido
tiempo de hacer pequeños balances, y muy a su pesar, no le terminaban de gustar
sus conclusiones.
Cierto
era, que su aspecto físico nunca fue uno de sus fuertes, pero quizás se había abandonado
un poco, y no lo decía por sus canas, que le gustaban. Lo pensaba por esos
kilos que habían encontrado su sitio, sus dolores de espalda continuos, o sus
piernas hinchadas en cuanto el calor hacia acto de presencia. Quizás si su
actividad física fuera de mejor calidad alguno de esos problemas se mitigaría.
Cierto
era, que nunca fue de gatillo fácil a la hora de juzgar, aunque siempre confió en
sus impresiones. Pero siempre había tratado de ser generosa y justa a la hora
de emitir opinión sobre alguien. Ahora ya sabia a ciencia cierta, qué era capaz
de tratar con delicadeza y generosidad, y qué con dureza y justicia (toda la
que su duda existencial permanente le permitía). Seguía sin soportar las
mentiras, y aunque antes prefería pasar por tonta o hacer oídos sordos, sobre
todo si venían de su entorno y no tenían importancia. Ahora se había vuelto
intransigente ante la mentira, podía mantenerse callada, pero se retorcía en la
silla y se le veía en la cara que no tenia intención de hacerse la tonta. Y el
enfado que antes duraba un momento, ahora duraba días mientras se volvía tristeza
y aislamiento.
Cierto
era, que la injusticia siempre despertó su voz, alta y clara. Ahora la mantenía
despierta, noche y día. Aunque reconocía en voz alta que no solo la injusticia la
mantenía en vela. Su economía maltrecha y la falta de trabajo también se
alimentaban de sus horas de insomnio. Repasaba y revivía las decisiones más
importantes que tuvo que tomar tiempos atrás, e inventaba mentalmente nuevas vidas
si sus decisiones hubieran sido otras. Y siempre llegaba a la misma conclusión,
ahora no sería ella.
No
sería la de la ropa desgastada, sin estilo, siempre cómoda.
No sería la de los pelos rizados y las canas foscas.
No
sería la que duda a cada paso que da.
No
sería la que anima a los suyos a seguir mejorando.
No
sería la que se alegra de los logros de los demás.
No
sería la que escucha, está y es fiel a pesar de los pesares.
No
sería contradictoria, emocional o intensamente detallista.
No
sería la de la sonrisa fácil y la palabra amable (cada vez más medida, por
desgracia).
No sería la de la protesta auténtica y opinión contraria, “pero si tú crees que es lo que debes hacer cuenta con mi apoyo”.
No
sería ella si esas decisiones tan transcendentales hubieran sido otras. Quizás
se equivocó, …muchos lo piensan.
Pero
está aprendiendo a alejarse de las personas dañinas a pesar del dolor, a decir
que no, aunque le cueste una discusión interna eterna, a asumir sus contradicciones
y sus emociones, está aprendiendo a elegir batallas.
Cansada
de regodearse en sus pensamientos absurdos, se levantó y salió al jardín con
una taza de café en las manos. Aun eran las seis y diez de la mañana. Pronto
amanecería y todavía no sabía si debía hacer esa llamada o si por una vez se
mantendría firme y fiel a si misma.