Las
manos posadas sobre el teclado del ordenador, un silencio atronador era dueño
de ese momento, nada hubiera perturbado ese instante y sin más todo se volvió
bullicio, luz y una sencilla sonrisa afloro en sus labios…
- Inés, Inés.- tocó su hombro para llamar su
atención.- Inés ¿estás bien?
- Ummm… si, no es nada,…solo un recuerdo…
Había
sido una mañana muy fructífera, el proyecto estaba terminado, la presentación
ensayada, incluso había tenido tiempo de charlar con los de recursos humanos
mientras tomaba su café de media mañana. La jornada tocaba su fin… las tres de
la tarde. Era una hora estupenda para hacer una pequeña compra y regalarse una
comida casera. Últimamente sus comidas no eran más que sándwich, zumos
envasados, refrescos y alguna pieza de fruta. Pasó por el supermercado, escogió
diferentes tipos de lechugas, unos tomates, una estupenda rodaja de salmón, un
poco de queso fresco, y una botella de aquel vino que tanto le gustaba. En la
radio sonaba “durmiendo en tu ombligo”, Inés la canturreaba mientras se dirigía
a casa. Dejó su coche en el garaje, hoy ya no lo necesitaría. Preparó la
ensalada, el salmón a la plancha y abrió el vino. Se sentó en el sofá dudando
entre encender la tele o disfrutar de alguna de las películas que había ido
acumulando para ver. Escogió una al azar. “El lado bueno de las cosas”. Le
habían hablado bien de ella, aunque a ella le sonara a “pastelada”… disfrutó de
su comida, de su vino y de la película, que no resulto ser tan rosa como había
imaginado.
Acurrucada
en el sofá se dejó embaucar por el sueño y la pereza, la siesta, esa gran
desconocida le tendía la mano. Dos horas después, abrió los ojos, algo
desorientada. Entre sueños se había tapado con aquella manta, regalo de
navidad. Era la primera vez que la utilizaba, sorprendentemente acogedora. Se
desperezó, recogió los restos de la comida y se dio una larga ducha, envuelta
en su albornoz descubrió que tenía varios mensajes en el contestador que no
había escuchado. Uno era de su madre, la invitaba a comer el domingo, tenía
algo que contarle. Había varios de amigos que solo querían charlar un rato y
saber cómo iba todo, prometían llamar en otro momento. Y el último era de una compañía
de mensajería que deseaban saber cuándo estaría en casa para poder entregarle
un paquete que tenían a su nombre. Llamo a la compañía y les indicó que esa
tarde sería un buen momento para la entrega. Confirmó su asistencia a la comida
familiar del domingo… cuando se quiso despegar del teléfono había pasado más de
una hora y media desde la primera llamada… no era su intención pasarse toda la
tarde colgada del teléfono.


En
sus manos sostenía aquella nota, un silencio embriagador era dueño de ese
momento, todo desaparecía, nada tenía sentido, solo estaba ella, ella y una
sencilla sonrisa…