
Necesitaba
un descanso.
El
cenicero rebosaba colillas que nunca mataron la ansiedad que prometieron
eliminar. El efecto placebo era efímero, unos minutos y el monstruo de los malos
pensamientos volvía a escena sin esperar a levantar el telón.
…
Las lanas ya estaban embaladas en un gran cesto de trapillo. Las fotos yacían
junto a la puerta, amontonadas, perdiendo la magia del momento capturado… todo
lo demás no tenía ninguna importancia, los demás podrían guardarlo sin muchos
problemas… demasiadas cosas, demasiada gente, demasiadas manos…
Dejaba
la casa y no sabía dónde iba a vivir… la sensación era de abismo; no de precipicio,
de abismo… y rasgaba cada mirada, cada caricia, cada momento… las decisiones
más simples se convertían en feroces batallas internas que dejaban entrever las
entretelas de su vorágine interna. ¿Guardar la vajilla con sumo cuidado o
simplemente empaquetarla para que sobreviva a la mudanza? ¿Cómo iba a envasar
todos los momentos vividos en esa casa? Inés necesitaba escapar, llevaba
demasiado tiempo enlatada en aquella absurda mudanza, llevaba días sin
descansar, llevaba toda la vida planificándola.
...
Las
seis de la mañana y no sabía dónde estabas, el desasosiego hacia acto de
presencia, no sabía dónde estabas; como todas las noches, ¿por qué aquella era
diferente? Dicen que cuando dos almas se encuentran tienen una conexión
especial (… tonterías)… la intranquilidad física iba en aumento aunque sabía
que habías estado paseándote por mis sueños. ¿Por qué te empeñas en hacerme
pasear con una venda en los ojos y hacerme sentir?…