{“…mucho me temo
que eres positiva y tu decisión de aislarte antes de los resultados ha sido muy
acertada. Mañana te volveré a escribir, con los resultados de la segunda
prueba. Mucho ánimo y paciencia”.
Así se despedía de mi hace un rato mi médica de cabecera. Mantenemos una relación bastante cordial y fluida. Con mi historial médico y con esta situación amedrentando todos los recursos sanitarios que antes utilizaba, decidimos que la mensajería instantánea suplía bastante bien, la consulta presencial.
Hace
unos días estuve con unos amigos pasando la tarde en casa de uno de ellos que tiene un maravilloso jardín que nos permitía mantener la distancia y disfrutar
de la presencia de los demás. No nos veíamos desde febrero, teníamos muchas
ganas de estar juntos, y los abrazos no se pudieron evitar, más bien no
quisimos evitarlos. La tarde estuvo llena de momentos emotivos, algunos habíamos
perdido a alguien de la familia, y otros lo habían pasado con un estricto aislamiento
en casa. También hubo risas y muchas conversaciones pendientes que por fin encontraron
su tiempo. Enseguida nos dimos cuenta de que no todos habíamos reaccionado
igual al confinamiento y a las medidas a tomar. Los había que habían hecho de
su casa un bunker de seguridad y nada ni nadie entraba de la calle sin antes no
sufrir una desinfección meticulosa y obsesiva: fumigación y limpieza de todos
los objetos o productos que vinieran de la calle, supermercado o farmacia; zapatos
y ropa a la lavadora y ellos directamente a la ducha; salían desde el principio
con guantes y mascarilla (respetable, muy respetable). Otros habíamos optado
por mantener nuestras casas y nuestras vidas seguras, pero sin llegar a esos
limites tan obsesivos: solo salir para la compra y adquisición de medicamentos
cada quince días aproximadamente y mantener una buena higiene de manos y
guardar escrupulosamente la distancia social. Y también hubo otros que como no ponían
en riesgo a nadie (según ellos) se saltaron todas las normas y salían a dar su paseíto
diario porque no aguantaban estar en casa (no voy a hacer ningún comentario).
Curiosamente uno de los obsesivos, se había infectado, aún no se explica cómo. Y otro de los que tuvo que seguir trabajando, es celador en el hospital, también se infectó. Nadie más lo habíamos pasado, pero muchos de ellos se habían hecho la prueba recientemente por diferentes motivos, incluso el día antes de nuestra pequeña reunión que creíamos bien orquestada.
Cuando
regresé a casa y después de una ducha, ya en la cama, repasé como cada noche mi
día. Me gusta hacerlo para poder mejorar ciertas cosas y tirarme de las orejas
por otras. Había sido un buen día, pero ya era muy consciente del riesgo que habíamos
corrido al reunirnos, sí, habíamos tenido cuidado con vasos y comida, habíamos mantenido
una distancia bastante prudencial, pero algo me decía que no era suficiente.
Escribí un mensaje a un amigo que también había estado en la reunión para
contarle mis inquietudes, y no tardó ni medio segundo en llamarme exagerada,
aunque me confesó que también lo había pensado.
Los
días pasaron y como el sabor de boca que nos había dejado esa tarde de verano había
sido tan buena, algunos propusieron repetirla. Esta vez, no fui, me pareció que
abusábamos de la confianza que nos brindaban los dueños de la casa y que tentábamos
a la suerte por demás. Mis padres siguen conmigo y no quiero correr riesgos
innecesarios, llamarme miedica o excesiva, pero tengo que pensar en ellos también.
Al igual que yo, otros reaccionaron de la misma manera. Podéis imaginar quien
fue a la segunda reunión: los que ya lo habían pasado, los que se habían hecho
las pruebas y habían dado negativo y los que nunca ponen en riesgo a nadie. Se
lo pasaron genial a juzgar por las fotos que enviaron. Me dieron mucha envidia
sana, sus cervecitas, sus risas, la barbacoa, las tumbonas, los besos, los
abrazos, las confidencias, los audios mofándose de los que nos habíamos quedado
en casa… mucha envidia sana, aunque mi libro y mi café no se quedaran para atrás.
Unos días después comencé a sentirme mal, lo achaqué a cualquiera de las enfermedades diagnosticadas que tengo, no quise pensarlo mucho. Escribí a mi confidente médica y me dijo que empezara a llevar un diario, con lo que comía, cuándo iba al baño y a qué, horas de sueño, y temperatura. Nada que no hubiera hecho en ocasiones anteriores. Sólo que ahora había un bicho inerte por ahí, esperando cualquier absurda oportunidad para alimentarse de vida y daba un poquito de miedo. Junto con mi diario médico del cual daba buena cuenta a mi médica, había empezado a llevar otro con las personas con las que había tenido contacto en los últimos 20 días, y me sorprendió. No habían sido tantas como imaginaba. Mis padres, aunque no había estado con ellos sin mascarilla ni en un lugar cerrado. Una vecina con la que me tomé un café en casa mientras piponeabamos del vecindario (una costumbre un poco fea, pero nos reímos muchísimo y es una gran terapia antidepresiva). Había ido a la compra al supermercado una vez. Una vez a la farmacia. La fruta, por suerte, me la traen a casa. Y la reunión con mis amigos, unas quince personas.
Al
tercer día, el diario cantaba el solito la posibilidad fehaciente de estar
infectada, así que mi enfermera vino a casa con su traje espacial para poder
hacerme la prueba.
Y aquí
estoy, pensando dónde, aunque casi lo tengo claro, y avisando de mi situación a
todos los que han tenido contacto conmigo. Ya me ha llamado un rastreador para hacerme
mil y una preguntas, al que pido disculpas públicamente por alguna contestación
subida de tono que le he dado, y agradecerle su infinita paciencia y sus
consejos.
Finales
de agosto y encerrada en casa.
Os podéis
imaginar la dureza emocional que ha contenido la llamada a mis padres. Y todas
las advertencias que les he hecho. ¡Madre mía! Estoy tan angustiada por ellos.
¿Y si por mi culpa enferman?
Sé que a pesar de saber qué tener que hacer, porque aleccionados estamos todos, y todos sabemos cómo debemos actuar para evitar la infección. A pesar de saber, he diluido la gravedad de la situación en el veranito, el calor, el querer tocar, la he diluido a pesar de saber… y por ese momento aplazable he puesto en peligro a mi gente. No sé si sabré brear con mi conciencia, pero de momento mi sentimiento de culpabilidad es infinito…}
(Extracto del diario de Jimena)
Jimena murió entubada dos meses después de estas reflexiones, sin saber que sus padres también perdieron la vida días antes que ella.
El bicho inerte aprovechó aquella reunión y se distribuyó por 63 personas de las cuales 7 murieron. Sólo fue una reunión, pero una de las personas había dado negativo días antes, se había infectado en otra mini reunión mañanera con otras personas unas horas antes.
Procurad
ser prudentes. Por favor.