Inés
dejaba que la vida dictara cada momento con despreocupación. Había intentado
una y otra vez ser dueña de sus días. Y se había cansado, se había rendido. Los
días pasaban sin grandes momentos, sin grandes acontecimientos, sumidos en la
tediosa rutina. Había empezado a perder la capacidad de disfrutar de los
pequeños detalles. Hoy era igual que ayer, y lo peor de todo, sabía que hoy y
mañana serían iguales. Trabajo, casa, compra, fines de semanas tranquilos,
sofá, lavadoras, cine…
De
vez en cuando, reabría aquel cuaderno, aquel que en otro tiempo le había
servido de sumidero emocional. De vez en cuando, recordaba lo soñado… una
pequeña pincelada de color…
Juan
había conseguido un buen ascenso laboral, el trabajo consumía la mayor parte de
su tiempo; apenas tenía tiempo de disfrutar de su éxito. Aunque en su interior
todo ese triunfo laboral no tenía la menor relevancia, era un paso, solo eso. Las
felicitaciones no eran más que palabras que hacían engordar su ego superficial y
el desasosiego emocional que lo invadía.
De
vez en cuando, se permitía unas horas vacías de actividades programadas,
reuniones maratonianas, presiones toreadas… De vez en cuando, dejaba que
algunos recuerdos emborracharan su tiempo… una pequeña pincelada de color…
El
día se había levantado embebido en una densa niebla. Poco a poco se fue
retirando como quien desaparece en la arena de un reloj. La mañana iba transcurriendo
entre nubes y arcoíris. Mientras trabajaba en un proyecto atragantado desde hacía
meses recordó algo, colgó el teléfono sin despedirse, apago el ordenador y
salió de la oficina sin dar ninguna explicación…
La
carretera se alargaba a su paso, no parecía que el destino se acercara, los
minutos pasaban dejando tras de sí sentidas horas impacientes… El café del área
de descanso dejaba mucho que desear, pero al menos mantendría al cansancio
lejos del volante… No recordaba que entrar en la ciudad fuera tan espectacular,
las piedras doradas saludaban con gótica educación desde el otro lado de río.
Cruzo al otro lado con intención de dejar el coche aparcado junto su antigua
casa. Un paseo le ayudaría a calmar el alma, a sosegar los nervios y templar
palabras. Caminó por las calles, perdiéndose en sus ruidos… sin querer había
llegado a la puerta de la empresa donde trabajó un par de años atrás. Aún
recordaba los suculentos pinchos del bar de enfrente… y su recuerdo no le
engañaba. Hizo tiempo mientras llegaba la hora esperada. Se apoyó en su coche y
allí espero…
Aquel
comunicado le había llevado más tiempo del que había programado, veinte minutos
más. ¡Qué ganas de llegar a casa! ¡Qué ganas de perderse en la nada! Se
despidió del recepcionista y salió a la calle, el sol se escondía tras los
edificios, y se agradecía no haber guardado el abrigo. Buscó las llaves, dudando
si las había dejado encima del escritorio, cuando levanto la mirada tras
encontrarlas dudó de lo que estaba viendo.
Sin
mediar palabra se abrazaron… tierno, cariñoso, dejándose llevar…
-
Estaba preocupado, no sabía nada de ti, no
contestabas a mis mensajes, ni cogías mis llamadas, ni… estaba preocupado…
-
A eso he venido, a tratar de explicarte…
-
Sube, vamos a casa. Preparamos algo de cena y
hablamos tranquilamente…
Abrieron
una botella de vino, la acompañaron con buen queso y algo de embutido de la
tierra, mientras la conversación explicaba los últimos meses… los miedos fueron
desapareciendo, los resquemores se diluyeron, los penseques perdieron toda su
fuerza, las suposiciones erradas fueron truncadas…
La
noche les dejó enfrentar el miedo a perderse, les invito a decirse y
reprocharse, les regaló el saber que como todo lo importante en la vida, aquella
relación había que alimentarla para dos y por dos… al igual que se deshacen las
camas…
Inés
regresó al trabajo dos días después… nadie le pidió explicaciones, su sonrisa
era más que suficiente para responder aquellas miradas…