jueves, 29 de noviembre de 2012

Palabras... y más...


Caprichosos los acontecimientos que surcan el día a día (o la falta de ellos)… Cuando la vida se vuelve monótona, anodina, rutinaria… cuando la vida se vuelve en contra, el tiempo te da la posibilidad de repasar antiguos sucesos, viejas experiencias, vetustas conversaciones, añejos comentarios… el tiempo te da tiempo para pensar y repensar (no es un regalo, es una tortura).

Y entre pensamiento y repensamiento, de vez en cuando, aparece una sonrisa (a veces tonta, y otras sarcástica) que me lleva a cerrar los ojos y revivir (…y sentir). Torbellino de sensaciones y sentimientos, amalgama de situaciones que me trasladan a otros tiempos (algunos mejores y otros… en fin…). 

Impertinentemente hay sucesos que regresan para intentar martirizarme, sin lograrlo (aunque el tiempo y la duda van de la mano).  Y me enfado (conmigo misma, por supuesto) por haber sido tan tonta y tragar tantas mentiras de patitas cortas; y me sonrojo cuando mi piel recuerda; y me entristezco cuando a pesar de los esfuerzos las palabras se desvanecen, porque sólo eran eso, palabras… palabras, ésas que acompañan todos (o casi todos) los recuerdos que guardamos en nuestros pequeños baúles interiores, palabras que en su momento fueron motivo de orgullo ahora te entristecen; palabras que exigieron y no supieron dar; palabras que acusaron sin verdades en la mano; palabras que colorearon días grises; palabras que se escaparon y huyeron; palabras onomatopéyicas llenas de significado; palabras que prometieron y luego abandonaron; palabras eternas que se volvieron caprichosas y olvidadizas; palabras…

Y después de pensar y repensar; y después de dejar que el tiempo genere la duda; y después de sonrojarme, entristecerme, añorar… y sonreír; dejo que las palabras regresen a ese lugar para volver a ellas en otro momento… cuando la soledad con mayúsculas haga de nuevo su aparición acompañada de sus estrellas, las palabras…

jueves, 8 de noviembre de 2012

El placer de una nueva sonrisa... reencontrada...


Juan trasteaba en el cajón de su escritorio, parecía haber perdido un trocito de cielo en él. El teléfono sonó. Era una comercial a la que había dado largas el día anterior. Aún no había hecho la comparativa económica, se disculpó y colgó. Aquel cajón aumentaba de tamaño por momentos. ¿Cómo había llegado aquel paquete de tabaco allí? …buscó el mechero, abrió la ventana… ¿Dónde lo habría puesto?

Inés asistía, sin demasiado entusiasmo, a una pequeña reunión con el director de la empresa a la que habían contratado para que les guiara en el proceso de su certificación de calidad. Aquel hombre se creía el ombligo del mundo, su nivel de pedantería rozaba la perfección. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no evadirse de la conversación. ¿No se quedará mudo por un momento? pensaba mientras asentía con la cabeza. Al oír como daba por concluida la reunión y los citaba para dentro de un mes, no pudo evitar sonreír con evidente alivio.

Juan e Inés trabajaban de nuevo juntos, aunque apenas se veían. Los inicios de la empresa eran estresantes, todos tenían demasiado trabajo que planificaban en una reunión semanal, la coordinación entre los diferentes departamentos era esencial para que el proyecto no se desmoronase antes de empezar. El viernes había sido el día elegido para que la reunión fuera eficaz, repaso de los objetivos alcanzados durante la semana, y fijar los de la siguiente. Y una vez finalizada la semana se dirigían a un bar cercano para tomar unas cañas todos juntos y diluir los pequeños roces que surgían al trabajar bajo tanta presión.

Las risas, los chistes, los comentarios personales… hacían grupo, todos se sentían parte importante de la empresa, cada uno era un engranaje esencial para el proyecto que tenían entre manos. Inés había quedado para cenar, así que se dirigió a la barra para pagar aquella primera ronda. Juan se acercó, posó su mano sobre la cintura de Inés…

-No me digas que ya te vas.- le susurró al oído mientras sus cuerpos se rozaban levemente.
-He quedado para cenar. No puedo quedarme. Aún tengo que pasar por casa.- le dijo mientras trataba de llamar la atención del camarero.
-Déjame que te invite a otra caña y luego te vas.
-No puedo Juan, tengo cuarenta minutos para llegar a casa, ducharme, arreglarme un poco y llegar al restaurante.- le comentó apresurada mientras recogía la vuelta del platillo que el camarero había dejado delante de ella.
-Me apetecía que te quedaras un rato más… otro día…

-Hasta el lunes, chicos. No seáis muy malos este fin de semana.- se despidió Inés del grupo sentado a una de las mesas del local.

Se dirigió a la puerta, mientras rebuscaba en su bolso… las llaves del coche, el mechero… Había aparcado delante del bar, estaba a punto de cerrar la puerta cuando escuchó como alguien gritaba su nombre. Era Juan, traía su móvil de la mano.
-Olvidabas tu teléfono.
-¡Muchas gracias! Las prisas nunca me han sentado bien.
-Toma. Buen fin de semana.- le deseaba Juan mientras se acercaba y le daba un beso en los labios. Mientras presionaba el pequeño botón de su tesoro encontrado.


...Inés se quedó quieta, como si un pequeño terremoto hubiera tomado vida en ella, el reloj dejó su martilleante ritmo olvidado… mmmmm esa vibración la amarraba. Juan sonrió, giró sobre sus pasos y desapareció tras la puerta del bar… y con él esa maravillosa sensación de sentirse viva…

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