Últimamente, no encuentro
palabras para describir las situaciones que se dan a mí alrededor, y lo peor de
todo es que tampoco las encuentro para describir como me hacen sentir. Supongo
que me estoy haciendo mayor, que mis canas ya no son exclusivamente visuales,
ahora se están convirtiendo en ejemplos claros de mi desasosiego personal (y
tengo unas cuantas). Aunque también he de escribir que la sensación que tengo
es que sigo siendo una niña, de las que creen que cuando se dice algo es
cierto, de las que piensan que las promesas se cumplen, de las que sienten de
verdad y dicen la verdad, de las que inventan cuentos y tienen sueños, de las
que sienten que el refugio más seguro es el que la familia presta y los amigos
dan; de esas niñas que todos tratábamos de no ser y en el fondo éramos.
Así que al parecer tengo
una clara descompensación entre lo que mi cuerpo dice que soy y lo que yo creo
que soy (y cuando digo “soy”, me refiero a “siento”). Mi cuerpo quiere que sea
adulta, que vista como una señora de caderas anchas y redondeces varias; y yo
quiero seguir con mis vaqueros viejos, mis camisetas desgastadas, mis
zapatillas… Mi cuerpo quiere que acepte que los demás tienen sus vidas y eso
les excusa a la hora de empatizar; y yo quiero que a pesar de que cada uno
tiene su vida y las prioridades cambian, haya cosas que no cambien nunca… Mi
cuerpo quiere que deje los sentimentalismos aparcados; “las cosas son así” no
para de repetirme; y yo quiero…
Y yo quiero que la vida
transcurra, pero seguir sintiendo que necesito de mi gente y que mi gente está ahí;
seguir sintiendo que soy necesaria para los míos, para mi gente, para mis
amigos… Y a veces eso solo significa un mensaje que diga “me lo pasé genial, me
hubiera encantado que estuvieras” o “he tenido un día de perros, ¿qué tal el
tuyo?” o “oí esto y me acordé de ti”…
Quizás parezca sencillo,
pero al parecer no lo es…