lunes, 24 de agosto de 2020

Me tocaba un pie... ahora me toca el hipotálamo

 

Ayer me di cuenta de que necesito soltar estrés, o quemar adrenalina o …necesito algo que me libere (no seáis mal pensados) de los malos “pensamientos” acumulados. Deshacerme de este estancamiento que empieza a devorarme por dentro.

Ayer me di cuenta porque reaccioné de una forma poco habitual en mí a una situación que estaba casi controlada. Pero ahí fui yo, cual energúmena a decirle cuatro cositas a la persona que no paraba de chillar. Tengo que decir que no levanté la voz, pero aun así las formas me hicieron perder la razón, la mucha o poca que tenía y que a estas horas dudo de la importancia de esta.

Llevo mucho tiempo callada, oyendo y leyendo auténticas barbaridades sobre la situación política, social o sanitaria y la verdad es que lo que antes me tocaba un pie ahora me toca el hipotálamo de forma insistente y realmente molesta.

Me tocaba un pie que ciertas personas despotricaran contra la reacción del gobierno ante la pandemia. Ahora me toca el hipotálamo que las mismas personas que antes gritaban “arre” ahora chillen “so”. Y que conste que no estoy en contra de los cambios de opinión (es de sabios rectificar), pero ¡coño! no me digas que siempre has pensado igual.


Me tocaba un pie que la clase política lejos de remar todos a una, utilizaran la situación para atacarse unos a otros (unos con más acierto que otros, por no hablar de principios éticos o cataduras morales)Ahora me toca el hipotálamo que la misma clase política se dedique a señalar con ese dedo acusador, que les deben regalar en cuanto tocan un poquito de poder o ven un micrófono, las vergüenzas ajenas, cuando aún no han terminado de lavar las propias (digo terminado muy optimistamente intuyendo que empezaron a hacerlo).

Me tocaba un pie que hubiera dirigentes que lejos de tener un poco de coherencia (un poco, solo un poco) desvariaban inventando aviones o material sanitario o test fiables por no hablar de mascarillas (válidas) para la población o recursos públicos cercenados en post de …no sé de qué; izando el “yo más y mucho mejor que vosotros, inútiles”, y que abogaban por que el gobierno no tuviera todo el poder para gestionar esta pandemia en aras de las diferencias territoriales y la incidencia de la misma. Ahora; ahora me toca el hipotálamo que vuelvan a izar la misma bandera, pero del revés y con la misma coletilla. ¡Coño! no queríais la responsabilidad, ahí la tienes, gestionad todo lo que ibais a gestionar. ¡Ah! ¡claro! No será que no era tan fácil; que se puede meter la pata en muchas cosas; que hay que coordinar muchos frentes. Si alguien tiene que meter la pata que sea otro que ya estáis vosotros para señalarlo. Un poquito de humildad y sentido patriótico. No del que sentís vosotros, del que sentimos todos cuando nos tocan a nuestra gente; de ese que no tiene color político y si un poquito de humanidad y empatía.

Me tocaba un pie el discurso trabajado, meditado y manipulador que mediante información sesgada trataba de darle validez moral a lo orado, de verdad que me tocaba un pie porque pensaba que al menos había inquietud histórica en las palabras, solo faltaba leer un poquito más a todos para evitar el sesgo (hay que ser paciente). Ahora me toca el hipotálamo, (y vaya que sí me lo toca) ese discurso que incita al odio, anclado en el pasado para señalar y recordar. Con cierto repelús a recordarlo todo y no solo parte. A reconocer que por mucho que se empeñen en comparar, hay cosas que lejos de ser comparables son un insulto para la inteligencia colectiva de la población de este país y para su historia objetiva.

Me tocaba el pie que hubiera defensores acérrimos de la monarquía (parlamentaria) que seguimos teniendo en el país, el ritmo de la evolución no es igual en todos. Incluso entiendo que muchos de sus defensores se agarren (como a un clavo ardiendo) a hechos históricos muy importantes para la madurez democrática de este país y que han tenido como “protagonista” a la cabeza del estado. No le quito ni punto, ni coma. Pero me toca el hipotálamo (y sus alrededores) que no sean capaces de reconocer que los hechos acontecidos durante los últimos años no son dignos de esa magnificencia mal entendida que ha demostrado tener la emérita cabeza del estado, por no hablar del innegable egoísmo enfermizo o esos interminables discursos con retranca lanzados al pueblo para acallar su hambre de igualdad ante la justicia.

Como veis tengo los pies muy sobaditos, y os puedo asegurar que no me gusta nada que me los toquen, pero lo que ya no soy capaz de soportar es el manoseo de mi centro del control del estrés que por momentos está acabando con mi salud física y psicológica. Vamos que me siguen tocando el hipotálamo.

lunes, 17 de agosto de 2020

La Reunión de los Aborregados

 

- ¿Te pasa algo? Últimamente estas muy callada.

- Nada, no te preocupes. Simplemente no paro de darle vueltas a todo lo que está pasando. Aún no soy capaz de creer que estemos viviendo esto. -Dijo Lía mientras seguía removiendo la cucharilla en la taza ya vacía de café.

- Esta pasando. Nada más. No puedes hacer nada. Solo podemos intentar sobrevivir. No lo pienses, te pones triste y me preocupas mamá.

- La estupidez humana no tiene límites. El virus vino a intentar acabar con nosotros y encontró unos buenos aliados en parte de la población. Recuerdas cómo le quitábamos importancia el primer enero al virus, no iba a llegar a afectarnos, no éramos capaces de imaginarlo. Y en el primer marzo estábamos todos confinados. Mientras en hospitales y residencias contaban muertos. Y cuando pensábamos que habíamos doblegado la curva, llegó septiembre y coleó. Pensamos que era la segunda ola, y nada más lejos. Eran los últimos coletazos de la primera. El virus tenía aún mucho que demostrar y ¿qué hicimos? Volvernos a reír, dividirnos, señalarnos, olvidar, acusarnos y reunirnos. ¿Cuándo fue la Reunión de los Aborregados? ¿el 18 de agosto? - preguntó Lía a Gaia mientras levantaba la vista de la taza.

- 16 de agosto, en la Plaza Colón. La Reunión de los Aborregados. ¿Cómo llegó a tener ese nombre? - preguntó Mosi mientras se sentaba a la mesa y servía más café a su hermana y a su madre.

- Ese nombre terminó acuñándose meses después, cuando muchos de los asistentes reconocieron en redes sociales que se equivocaron al creer en lo que unas pocas cuentas de Twitter, Instagram, Facebook; páginas web y medios de comunicación contaban como cierto, certero o veraz. -Lía respiró como para coger fuerzas- Arrepentidos muchos utilizaron la etiqueta “aborregados” para disculparse. Pidieron disculpas, pero el daño estaba hecho- Lía no pudo evitar bajar la cabeza negando- Aquellas cuentas disfrazaron un objetivo oculto venido de otros tiempos, sacado de discursos obsoletos y retrógrados. Se valieron de personajes públicos venidos a menos y mal envejecidos. Aprovecharon el miedo; las ganas de volver a la normalidad para jalear ideas incongruentes. Llegaron a muchísima gente, unos contrastamos información y buscamos los orígenes de dichas ideas, pero sobre todo chequeamos el origen de las cuentas que vertían esa información. Otros simplemente se lo creyeron a pies juntillas por que iba en contra de todo lo que el gobierno o los dirigentes de sus comunidades trataban de implementar para tratar de mitigar los daños posibles. -Lía se llevó la taza a los labios antes de proseguir- Y se creyeron lo que decían y las siguieron como las ovejas al pastor. Los que estaban detrás solo tuvieron que soltar a sus perros para meter al rebaño en el redil. Aquel día Bosé y la ultraderecha hicieron caldo de cordero con una pandilla de descerebrados que jugando con la salud y la vida de todos se atrevieron a hacer una manifestación que trajo graves consecuencias. -Lía trataba de no arrastrar las palabras, pero no podía evitar su peso a medida que las pronunciaba.

- ¡Mamá! ¿tu, en contra de una manifestación? No puedo creerlo. Tú que siempre las has defendido, sean del color que sean- dijo Gaia en un tono que trató de que fuera lo más jocoso posible para quitar peso a lo que su madre narraba.

- Y lo seguiré haciendo. Todas las personas tenemos derecho a manifestarnos de una forma pacifica y respetuosa para enarbolar nuestras ideas y protestar. Pero aquello fue un sinsentido, un batiburrillo de gente que sabía a lo que iba, de personas que simplemente querían protestar contra el gobierno por ser quienes eran y seres que lejos de tener un mínimo de empatía con el resto de la población querían quitarse el bozal para poder berrear detrás de su amo. -Lía hizo una pausa antes de continuar- Hablaron de planes con falsas vacunas y nanorobots para controlar a la población, gritaron que querían ver el virus, vociferaron contra los resultados científicos de infectados; no se creían nada de lo que la comunidad científica decía y menos aún la gestión de las autoridades y sus objetivos. – Lía se revolvió en la silla antes de seguir- Imagino que ninguna de las personas asistentes a aquella absurda reunión había perdido por el virus a ningún ser querido en los meses anteriores.

-Mamá, todos vimos las imágenes, seguro que entre todos ellos había algún mentecato que había perdido a alguien, pero es más fácil culpar al gobierno de un plan oculto supremacista que asumir que un virus se llevó a tu tío, padre, hermano o amigo. No sé, mamá, lo que ocurrió aquel día fue un estúpido acontecimiento que pagamos todos. - La interrumpió Mosi, muy consciente de que su madre trataba de darle un sentido a todo lo acontecido después.

-Además, aquel día fue como si hubieran encendido la mecha- dijo Gaia en voz alta, mientras se echaba un poco más de azúcar en el café.

- Y la encendieron, no lo dudes. La humanidad había aprendido como enfrentarse al virus, más o menos. Incluso llegamos a creernos con mucha osadía que podíamos adelantarnos a él. De lo que no fuimos conscientes en ningún momento fue de que el virus, también evolucionó y nos ganó de la manera más cruel, dejándonos creer que lo teníamos casi controlado.


El día se apagaba fuera. Casi era de noche y solo eran las cinco y media de la tarde. Había sido una jornada llena de altibajos. La radio ronroneaba sobre la estantería de la cocina mientras el silencio inundaba todo. No podían evitar sentirse solos, como una nota no afinada en la sinfonía de un nuevo mundo.

martes, 4 de agosto de 2020

Ella





Se sentó frente al espejo y trató de ser lo más honesta posible consigo misma.

…quizás no le gustaba la imagen que el espejo le devolvía, pero era su imagen… Resignada fue un poco más allá de las canas, las arrugas, los kilos de más o aquella mirada cansada. Las últimas semanas la habían removido mucho. Había tenido tiempo de hacer pequeños balances, y muy a su pesar, no le terminaban de gustar sus conclusiones.

Cierto era, que su aspecto físico nunca fue uno de sus fuertes, pero quizás se había abandonado un poco, y no lo decía por sus canas, que le gustaban. Lo pensaba por esos kilos que habían encontrado su sitio, sus dolores de espalda continuos, o sus piernas hinchadas en cuanto el calor hacia acto de presencia. Quizás si su actividad física fuera de mejor calidad alguno de esos problemas se mitigaría.


Cierto era, que nunca fue de gatillo fácil a la hora de juzgar, aunque siempre confió en sus impresiones. Pero siempre había tratado de ser generosa y justa a la hora de emitir opinión sobre alguien. Ahora ya sabia a ciencia cierta, qué era capaz de tratar con delicadeza y generosidad, y qué con dureza y justicia (toda la que su duda existencial permanente le permitía). Seguía sin soportar las mentiras, y aunque antes prefería pasar por tonta o hacer oídos sordos, sobre to
do si venían de su entorno y no tenían importancia. Ahora se había vuelto intransigente ante la mentira, podía mantenerse callada, pero se retorcía en la silla y se le veía en la cara que no tenia intención de hacerse la tonta. Y el enfado que antes duraba un momento, ahora duraba días mientras se volvía tristeza y aislamiento.

Cierto era, que la injusticia siempre despertó su voz, alta y clara. Ahora la mantenía despierta, noche y día. Aunque reconocía en voz alta que no solo la injusticia la mantenía en vela. Su economía maltrecha y la falta de trabajo también se alimentaban de sus horas de insomnio. Repasaba y revivía las decisiones más importantes que tuvo que tomar tiempos atrás, e inventaba mentalmente nuevas vidas si sus decisiones hubieran sido otras. Y siempre llegaba a la misma conclusión, ahora no sería ella.

No sería la de la ropa desgastada, sin estilo, siempre cómoda.

No sería la de los pelos rizados y las canas foscas.

No sería la que duda a cada paso que da.

No sería la que anima a los suyos a seguir mejorando.

No sería la que se alegra de los logros de los demás.

No sería la que escucha, está y es fiel a pesar de los pesares.

No sería contradictoria, emocional o intensamente detallista.

No sería la de la sonrisa fácil y la palabra amable (cada vez más medida, por desgracia).

No sería la de la protesta auténtica y opinión contraria, “pero si tú crees que es lo que debes hacer cuenta con mi apoyo”.

No sería ella si esas decisiones tan transcendentales hubieran sido otras. Quizás se equivocó, …muchos lo piensan.

Pero está aprendiendo a alejarse de las personas dañinas a pesar del dolor, a decir que no, aunque le cueste una discusión interna eterna, a asumir sus contradicciones y sus emociones, está aprendiendo a elegir batallas.

 

Cansada de regodearse en sus pensamientos absurdos, se levantó y salió al jardín con una taza de café en las manos. Aun eran las seis y diez de la mañana. Pronto amanecería y todavía no sabía si debía hacer esa llamada o si por una vez se mantendría firme y fiel a si misma.

 


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