miércoles, 24 de junio de 2020

¿Todos a una?


Debajo de las rocas de las cuevas de nuestro planeta, aún crecen humanos que creen fervientemente que son poseedores de la verdad y poder absoluto. Ellos son los auténticos conocedores de cómo deben pensar, cómo deben actuar, a quién deben amar, incluso como se deben sentir sus conciudadanos, sus vecinos, sus amigos, sus familias…
Siguen creciendo personas que si son o se sienten criticadas por su argumentario (recalcitrante, corrosivo, iracundo, retrogrado…) no dudan en enarbolar la bandera de la libertad de expresión (de la que gozan por vivir en un país democrático) y corregir a quien se atreva a dar una opinión diferente a la suya; porque siguen pensando que toda aquella persona que no piensa, siente, critica, vota o grita igual que ellas es un “enemigo” y no merece “vivir” .
Lo que realmente añoran son regímenes anteriores. Echan de menos la bota en el cuello, siempre y cuando ellos sean los poseedores de la bota.
Ahora, se hacen dueños de banderas y patriotismos, y refunfuñan por que los demás no nos identificamos con esas banderas o esos patriotismos. Aclaman símbolos utilizados en repulsivos actos de barbarie contra la misma especie y se golpean el pecho perpetuando así el símbolo que atesora que la evolución humana es real y el eslabón perdido permanece entre nosotros; aunque, no siempre, el ritmo de la progresión evolutiva llegó a todos los individuos por igual.
Muchas de estas personas que se ocultaban bajo las piedras, eran, aparentemente, demócratas, pero en su fuero interno añoran otro sistema menos permisivo sobre todo con aquello con lo que no están de acuerdo o simplemente les molesta. Antidemócratas disfrazadas de pseudo jueces poseedores de una verdad despótica que siempre esperan que el “oponente” se muestre empático con los débiles, con los marginados, con los oprimidos, con los desahuciados, con los ciudadanos… para sacar su batería de fotos y explicaciones y poder blandir su dedo acusador.

(Siempre me acuerdo de mi pediatra y luego médico de cabecera, Don Aurelio, con su cigarrillo en la boca mientras me decía, “haz lo que te diga, no lo que me veas hacer”).

Estamos a las puertas de una crisis a nivel mundial, una crisis que quizás no hallamos sufrido antes, una crisis económica, sanitaria y social. Y ahí están, saliendo de entre los peñascos, preparándose (calentando) para hacer leña de todos los arboles caídos.
Curiosamente nunca suman, siempre restan. No tienen una idea que englobe a todos, siempre empiezan con un “nosotros” que no incluye al de enfrente.
Y simplemente estoy hasta las narices de ignorar sus comentarios, sus falaces historias, sus excusas, sus malas artes, sus orgullos mal entendidos, su falta de rigor y de principios. Estoy harta de que inventen o retuerzan la realidad para que les sea propicia; estoy cansada de sus manipulaciones. Realmente creen que si repiten una mentira muchas veces se va a convertir en verdad, y es muy probable que ensucie oídos de gente de bien, pero será mentira siempre.

No soy tu enemiga por mi falta de creencias religiosas, por suerte creo en las personas.
No soy tu enemiga por mi color de piel, o por mis ojos rasgados, o por mi aspecto desaliñado.
No soy tu enemiga por expresar mi opinión o manifestarme en contra de injusticias o a favor de mejoras sociales.
No soy tu enemiga…

Las lecciones de moralidad o ética son una falacia en medio de toda esta situación convulsa. Pero algo que siempre (me) funciona; es ponerse(me) en el lugar del otro.

Si no lo quiero para mí; no es válido (para nadie).
Si no lo quiero para mis padres, mis tíos, mi abuela; no es válido (para nadie).
Si no lo quiero para mis hijos; no es válido (para nadie).
Si no lo quiero para mis amigos; no es válido (para nadie).
Si no lo quiero para mi gente; no es válido (para nadie).

Así que, si no es válido para los míos, no es válido para nadie. Y hay que mejorarlo hasta que lo sea. Creo que es muy fácil de entender; quizás un poco más complicado llevarlo a la práctica, pero no imposible. 

Quizás (y solo digo quizás) sea hora de abrir un poco la mente, no dejar que el miedo a lo desconocido o diferente bloquee la evolución.

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