miércoles, 8 de julio de 2020

La segunda ola... (2)


Aquel lugar era agradable para descansar, Lía recordaba a su padre diciendo que él quería descansar en un terreno alto a la sombra de un árbol, y allí estaba. 


Los padres de Lía murieron durante la segunda ola, aún funcionaba el hospital de la ciudad, pero se negaron a acudir. 

El día que se dieron cuenta que estaban infectados se encerraron en casa. Todos los días sin excepción, subían a la terraza mientras Lía limpiaba y hacía la comida. 


Cuando ella se iba, volvían a sus sillones con las almohadas recién ahuecadas. Sobre la mesa ya dispuesta para comer, en un vaso con un poco de agua, un ramillete de flores silvestres, o de lavanda. Lía sabía que a su madre le encantaban. Junto a sus vasos la medicación que debían tomar y en la televisión su programa favorito. La televisión emitía en bucle programaciones de tiempos menos aciagos. 

Lía observaba por la ventana que acababa de cerrar antes de irse, sabía que la ventilación era esencial, que se tomaran la medicación. Mientras regresaba a casa se autoconvencía de que aquello iba a salir bien, se recuperarían y volverían a volverla loca otra vez.
 Las semanas fueron pasando y su recuperación tardaba en llegar. La fiebre había cedido, pero los ataques de tos y la sensación de ahogo seguían presentes. Lía había ido consiguiendo el tratamiento en las farmacias de los pueblos cercanos, pero sabía que ya no era suficiente. El miedo se había apoderado de su día a día, y el momento más terrorífico era cuando de camino a casa de sus padres empezaba a vislumbrar la terraza, un suspiro, cada día más sentido, acompañaba su saludo ¡buenos días!
No quería ser consciente que un día ese pequeño gesto ya no lo podría hacer.

La primera en empeorar hasta no poder caminar fue su madre, no era capaz de mantenerse en pie, así que Lía la levantaba, la duchaba, la llevaba a la entrada para que le diera un poco el sol, mientras ella aireaba la casa, la desinfectaba, y hacia la comida. A veces todas esas tareas las hacía mientras su padre la seguía por toda la casa pidiéndole, rogándole que se fuera, que ellos se las podían arreglar solos, no quería que Lía se infectase. Cuando salía de allí se daba una ducha obsesiva fuera de la casa. Habían instalado en la parte de atrás, junto al garaje, una alcachofa que también servía para regar algunas plantas aromáticas que crecían junto al murete. Lía necesitaba unos minutos para recomponerse y el agua fría en pleno febrero la ayudaba a sentirse viva. Entraba en casa con una sonrisa a veces tan forzada que más que sonrisa era una macabra mueca.


Los días pasaban, pero los abuelos no mejoraban, les costaba hasta tragar el caldo que Lía les hacía a diario, habían perdido mucho peso y la fiebre había vuelto. El día transcurría entre estados de dolorosa conciencia y dulce semiinconsciencia.



El 2 de marzo de 2021, en plena segunda ola, Lía encontraba a sus padres muertos, agarrados de la mano, cada uno en su sillón y con las mascarillas puestas. Habían sido muy conscientes que eran sus últimas horas. Sobre la mesa, un sobre con su nombre, aún en el umbral de la puerta trató de alcanzarlo con mano temblorosa, no alcanzaba ni siquiera a tocarlo, pero sus piernas se negaban a moverse. Se dejó caer y se apoyó en el quicio de la puerta; se abandonó. Lloró en silencio, hasta que los gritos, sus gritos la hicieron reaccionar.

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