Aparcó
el libro y apagó la tele (que llevaba encendida dos horas sin emitir el más
leve de los ruidos)… Tras lavarse los dientes, comprobar que la puerta estaba
cerrada, poner el inalámbrico en la base… deslizó su cuerpo entre las sabanas,
desnuda como siempre había hecho. Siempre le gusto esa sensación de frio sobre
su piel durante esos breves instantes. El reloj marcaba una hora indecente si
la comparaba con la alarma que sonaría implacable… hoy ya no había fuerzas ni
para quejarse, así que cerró los ojos y se dejó llevar…
…la ciudad se levantaba
lentamente, las nubes grises definían un paisaje adormilado empujado por el
imparable ritmo del reloj. Las conversaciones no fluían divertidas, la rutina adquiría
un grado más en los quehaceres diarios. Despertador, baño, desayuno, ducha,
besos, llaves, autobús, trapa, trabajo, teléfono… bufff. Inconscientemente
había hecho demasiadas cosas, mas estaba olvidando algo pero no recordaba qué.
La oficina estaba fría, pero el abrigo le molestaba demasiado como para dejárselo
puesto. No había tenido cuidado al escoger la ropa, los pantalones negros de
entretiempo, la camisa blanca, el pelo medio recogido, las botas casi planas…
nada le daba suficiente calor como para evitar la piel de gallina, sentía su
bello erizado bajo su atuendo… quizás un café haría que el calor volviera a su
cuerpo. En el despacho, junto a la cafetera había un pequeño congelador que le
proporcionaba esas pequeñas rocas heladas que adoraba en su café negro, pero
hoy sacrificaría ese pequeño placer. Juan estaba haciéndose un té en el
microondas, no había sentido su presencia, al volverse choco con Inés que se
acercaba a saludarle. El liquido caliente de la taza cayó sobre la camisa
blanca, quemaba. En un acto dramático, esta se quitó la prenda en un
desesperado intento de evitar la quemadura…
Miró
el reloj, sólo habían pasado cuarenta minutos… un vaso de agua y un cigarrillo
en el patio quizás le ayudaran a conciliar el sueño de nuevo… … volvió a sus sábanas, cerró los ojos y se
dejó llevar…
…el paso del tiempo… nada es
tan real como el paso del tiempo.
Harta estaba de sus manos,
aburrida de recorrer los mismos lugares, con las mismas expectativas, la
imaginación había perdido ese toque original que tanto le había excitado en
épocas anteriores. La rutina que tanto había defendido en ocasiones, ahora se
volvía contra ella. Su lecho dormía, lejos de revolverse contra su inactividad.
Sin intención de cambiar la situación, dejaba que el tiempo hiciera. No quería
perder la capacidad de sorprenderse, más ésta se desvanecía… frente al espejo
no llegaba a reconocer la imagen que le devolvía, las arrugas empezaban a ser,
las canas eran desde hace demasiado tiempo, sus pechos aún conservaban su
belleza aunque unos centímetros por debajo de donde ella los recordaba, su
tripa comenzaba a tener nombre propio lejos de aquella ligera curva que fue
siempre, su cintura ¿dónde estaba?, sus caderas más parecidas a las curvas de
un botijo que a la suave cadencia que fueron una vez, sus piernas …
Una
hora, y estaba empapada en sudor, se incorporó lentamente tratando de recuperar
el aliento… una ducha rápida y calentita, otro de los remedios de la abuela……
volvió a sus sábanas, cerró los ojos y se dejó llevar…
…déjame querer, déjame con
ganas, déjame desear, déjame acurrucarme, he encontrado el hueco perfecto,
donde estoy a gusto, cómoda, segura, pequeñita, ese espacio del que no quiero
huir y no sé como seducir. Déjame conocer, déjame sorprender, déjame
experimentar, déjame reconquistar…
¿Era
su voz? ¿Susurrada? La alarma estaba a punto de hacer su estelar aparición
diaria …dormir tranquilamente… más de dos horas seguidas… y casi lo consigue,
aunque tenía que admitir que resultaba muy interesante acordarse (a veces de
forma tortuosa) de lo que su subconsciente proyecta.