El tiempo nos hace cada día un
poco más especiales. De una manera muy sutil, eso sí.
Nos hace más cautos o cobardes
(dependiendo de la edad de la persona que utilice el adjetivo); nos hace más
reflexivos o miedosos; nos hace más seguros o prepotentes; nos hace más
solidarios o caritativos…; nos hace más…
El continuo martilleo de las
agujas del reloj va consiguiendo que aquello que creía una verdad irrefutable,
se convierta en una afirmación personal con matices que hacen que el
planteamiento “irrefutable” se convierta en una afirmación personal llena de
pequeños detalles, que (por suerte) lo transforman en algo íntimo y propenso a
albergar dudas. Claro, que todo esto, es una percepción personal sobre mí que
contrasta con lo que (últimamente) creo observar a mi alrededor.
Imagino, que sin darnos cuenta,
mientras Cronos no sea derrotado, nos vamos convirtiendo en seres de manías que
nos hacen únicos: la forma de mover la cucharilla en la taza de café; la
repugnante seguridad con la que afirmamos ciertas ideas; la condescendencia al
tratar con personas de nuestro entorno; la falta de retrospección y sinceridad
a la hora de medir nuestros actos y los del vecino; los pequeños detalles que
delatan la falsa empatía de la que hacemos gala… Manías que se convirtieron en
eso, en manías, cuando dejamos de prestar atención y pasamos a adorar nuestro
ombligo.
Al igual que yo, mis amigos se
van haciendo mayores. Todos ellos son capaces de señalar estas manías únicas en
los demás; solo algunos son capaces de plantearse que probablemente sean
poseedores de tan pingüe regalo; y pocos son capaces de reconocer las suyas.
Quiero creer que yo estoy a
caballo entre los segundos y los terceros (en un intento de ser positiva). Me
esfuerzo cada día para no convertir esas cualidades positivas que tengo (alguna
tendré) en esas manías únicas que por otro lado, seguramente afectarían (o
afectan) a mi relación con los demás. Tarea ardua y laboriosa que procuro hacer
más liviana dudando de todo aquello que en otros tiempos me parecía
irrefutable. Y si esto, no lo consigo (cosa que pasa en más ocasiones de las
que me gusta reconocer), procuro calzarme los zapatos del otro. A veces las
conclusiones y decisiones que nacen de todo esto no son fáciles de llevar a
cabo, pero como no puedo cambiar el mundo, al menos que el mío sea un poco más
justo y agradable.
Bendita duda…