jueves, 15 de marzo de 2012

Tan lejos de todo, tan cerca de nada...



La noche estaba siendo divertida, aunque nada fuera de lo común. Estaban tomando unas copas en uno de los garitos que pinchaban buena música para bailar y hacer el tonto sin complejos. No había mucha gente, no era más que jueves y el reloj marcaba las doce. Los camareros podían charlar con la chica estupenda que se había situado al final de la barra. Su exceso de maquillaje, su gran escote y aquella manera de mascar chicle era un imán para cualquiera que tuviera ganas pasarlo bien sin dar muchas explicaciones. Acababa de sonar “ai se eu te pego” de Michel Teló, casi se la sabía de memoria, dejó su copa sobre la barra y se encaminó hacia el baño. Allí se encontró con Inés…

La noche estaba siendo un desastre. Había quedado con una amiga y su nuevo chico, guapísimo y aburridísimo. No hablaba más que de motos y de cómo se había pulido la herencia de su abuela en menos de diez meses. Después de dos cervezas y la mitad de una botella de agua, los dejó solos mientras iba al lavabo. No esperaba que hubiera mucha cola, pero no había nadie. Se lavo la cara, sonaba esa canción de moda brasileña, encendió un cigarrillo y se sentó sobre la encimera. ¿Cómo se había dejado convencer para salir esa noche? ¡Al día siguiente trabajaba! ¡En qué estaba pensando! Apuró el cigarrillo, se enjuagó la boca y salió pesarosa a su particular calvario. Al abrir la puerta se encontró con Juan…

No había mucho que decir, o quizás demasiado, así que sin pensarlo, agarró su mano y lo condujo al baño vacío… sus manos eran suaves o eso intuía a través de esa camisa de verano que había rescatado del fondo del armario. Sus ávidas bocas se encontraron mientras sus deseosas manos trataban exprimir la esencia del cuerpo que tocaban. Habían dejado de escuchar la música, Juan olvidó a la chica de la barra mientras descubría la deliciosa piel del interior de las piernas de Inés. El aburrimiento se desvaneció en el cinturón del pantalón vaquero de Juan. Aquel tanga se torno invisible por momentos, quizás se disolviera en la humedad que ahora notaba mientras sus dedos escrutaban cada uno de aquellos lugares que iban cambiando de tamaño con exquisita avidez. Su rasurado miembro trataba de escapar de los calzoncillos de Calvin Klein que su ex le había regalado por navidad. Las ágiles manos de Inés lo lograron antes de que él decidiera dejar de disfrutar de sus pechos. La pequeña encimera del lavabo dejó descansar la tensión muscular de ambos y mientras sus miradas se volvían a cruzar y sus jadeos se hicieron inaudibles durante un pequeño instante, su erecto compañero se deslizó suavemente entre sus labios. Su espalda se arqueó ligeramente hacia atrás facilitando el camino mientras sus piernas abrazaban sus caderas. Los jadeos se tornaron gemidos contenidos. Dudoso momento para tocar el cielo, pero al menos un trocito de él había salido de Juan y penetrado en Ines con infinitas ganas.

Alguien empujó la puerta, y todo fueron prisas, silencios y despedidas pensadas pero no expresadas en voz alta.
Juan descubrió con extraña gratitud que sus amigos se disponían a dejar el local. No miró atrás.
Inés, se lavó la cara, de nuevo, recompuso su ropa y salió dispuesta a contar lo primero que se le pasara por la cabeza para justificar su tardanza, mas cuando salió encontró a su amiga y su nuevo chico enzarzados en un beso infinito, pagó la cuenta y se fue.

Tan lejos de todo, tan cerca de nada… allí estaban, habían estado flirteando durante semanas. Las miradas habían pasado de ser inocentes y simpáticas a intensas y perturbadoras. Los roces fortuitos eran buscados y encontrados con gula. Las conversaciones de trabajo habían dejado de ser tales, ahora se habían vuelto íntimas, hasta traviesas… y allí estaban, sin saber muy bien que decir…

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