La
noche estaba siendo divertida, aunque nada fuera de lo común. Estaban tomando
unas copas en uno de los garitos que pinchaban buena música para bailar y hacer
el tonto sin complejos. No había mucha gente, no era más que jueves y el reloj
marcaba las doce. Los camareros podían charlar con la chica estupenda que se
había situado al final de la barra. Su exceso de maquillaje, su gran escote y
aquella manera de mascar chicle era un imán para cualquiera que tuviera ganas
pasarlo bien sin dar muchas explicaciones. Acababa de sonar “ai se eu te pego”
de Michel Teló, casi se la sabía de memoria, dejó su copa sobre la barra y se
encaminó hacia el baño. Allí se encontró con Inés…
La
noche estaba siendo un desastre. Había quedado con una amiga y su nuevo chico, guapísimo
y aburridísimo. No hablaba más que de motos y de cómo se había pulido la
herencia de su abuela en menos de diez meses. Después de dos cervezas y la
mitad de una botella de agua, los dejó solos mientras iba al lavabo. No
esperaba que hubiera mucha cola, pero no había nadie. Se lavo la cara, sonaba
esa canción de moda brasileña, encendió un cigarrillo y se sentó sobre la
encimera. ¿Cómo se había dejado convencer para salir esa noche? ¡Al día
siguiente trabajaba! ¡En qué estaba pensando! Apuró el cigarrillo, se enjuagó
la boca y salió pesarosa a su particular calvario. Al abrir la puerta se
encontró con Juan…
No
había mucho que decir, o quizás demasiado, así que sin pensarlo, agarró su mano
y lo condujo al baño vacío… sus manos eran suaves o eso intuía a través de esa
camisa de verano que había rescatado del fondo del armario. Sus ávidas bocas se
encontraron mientras sus deseosas manos trataban exprimir la esencia del cuerpo
que tocaban. Habían dejado de escuchar la música, Juan olvidó a la chica de la
barra mientras descubría la deliciosa piel del interior de las piernas de Inés.
El aburrimiento se desvaneció en el cinturón del pantalón vaquero de Juan. Aquel
tanga se torno invisible por momentos, quizás se disolviera en la humedad que
ahora notaba mientras sus dedos escrutaban cada uno de aquellos lugares que
iban cambiando de tamaño con exquisita avidez. Su rasurado miembro trataba de
escapar de los calzoncillos de Calvin Klein que su ex le había regalado por
navidad. Las ágiles manos de Inés lo lograron antes de que él decidiera dejar
de disfrutar de sus pechos. La pequeña encimera del lavabo dejó descansar la
tensión muscular de ambos y mientras sus miradas se volvían a cruzar y sus
jadeos se hicieron inaudibles durante un pequeño instante, su erecto compañero
se deslizó suavemente entre sus labios. Su espalda se arqueó ligeramente hacia
atrás facilitando el camino mientras sus piernas abrazaban sus caderas. Los jadeos
se tornaron gemidos contenidos. Dudoso momento para tocar el cielo, pero al
menos un trocito de él había salido de Juan y penetrado en Ines con infinitas
ganas.
Alguien
empujó la puerta, y todo fueron prisas, silencios y despedidas pensadas pero no
expresadas en voz alta.
Juan
descubrió con extraña gratitud que sus amigos se disponían a dejar el local. No
miró atrás.
Inés,
se lavó la cara, de nuevo, recompuso su ropa y salió dispuesta a contar lo
primero que se le pasara por la cabeza para justificar su tardanza, mas cuando
salió encontró a su amiga y su nuevo chico enzarzados en un beso infinito, pagó
la cuenta y se fue.
Tan
lejos de todo, tan cerca de nada… allí estaban, habían estado flirteando
durante semanas. Las miradas habían pasado de ser inocentes y simpáticas a
intensas y perturbadoras. Los roces fortuitos eran buscados y encontrados con gula.
Las conversaciones de trabajo habían dejado de ser tales, ahora se habían
vuelto íntimas, hasta traviesas… y allí estaban, sin saber muy bien que decir…