martes, 5 de marzo de 2013

detalles, pequeños detalles...


Las manos posadas sobre el teclado del ordenador, un silencio atronador era dueño de ese momento, nada hubiera perturbado ese instante y sin más todo se volvió bullicio, luz y una sencilla sonrisa afloro en sus labios…

-   Inés, Inés.- tocó su hombro para llamar su atención.- Inés ¿estás bien?

-    Ummm… si, no es nada,…solo un recuerdo…

Había sido una mañana muy fructífera, el proyecto estaba terminado, la presentación ensayada, incluso había tenido tiempo de charlar con los de recursos humanos mientras tomaba su café de media mañana. La jornada tocaba su fin… las tres de la tarde. Era una hora estupenda para hacer una pequeña compra y regalarse una comida casera. Últimamente sus comidas no eran más que sándwich, zumos envasados, refrescos y alguna pieza de fruta. Pasó por el supermercado, escogió diferentes tipos de lechugas, unos tomates, una estupenda rodaja de salmón, un poco de queso fresco, y una botella de aquel vino que tanto le gustaba. En la radio sonaba “durmiendo en tu ombligo”, Inés la canturreaba mientras se dirigía a casa. Dejó su coche en el garaje, hoy ya no lo necesitaría. Preparó la ensalada, el salmón a la plancha y abrió el vino. Se sentó en el sofá dudando entre encender la tele o disfrutar de alguna de las películas que había ido acumulando para ver. Escogió una al azar. “El lado bueno de las cosas”. Le habían hablado bien de ella, aunque a ella le sonara a “pastelada”… disfrutó de su comida, de su vino y de la película, que no resulto ser tan rosa como había imaginado.
Acurrucada en el sofá se dejó embaucar por el sueño y la pereza, la siesta, esa gran desconocida le tendía la mano. Dos horas después, abrió los ojos, algo desorientada. Entre sueños se había tapado con aquella manta, regalo de navidad. Era la primera vez que la utilizaba, sorprendentemente acogedora. Se desperezó, recogió los restos de la comida y se dio una larga ducha, envuelta en su albornoz descubrió que tenía varios mensajes en el contestador que no había escuchado. Uno era de su madre, la invitaba a comer el domingo, tenía algo que contarle. Había varios de amigos que solo querían charlar un rato y saber cómo iba todo, prometían llamar en otro momento. Y el último era de una compañía de mensajería que deseaban saber cuándo estaría en casa para poder entregarle un paquete que tenían a su nombre. Llamo a la compañía y les indicó que esa tarde sería un buen momento para la entrega. Confirmó su asistencia a la comida familiar del domingo… cuando se quiso despegar del teléfono había pasado más de una hora y media desde la primera llamada… no era su intención pasarse toda la tarde colgada del teléfono. 
Se puso su pijama favorito, cogió aquel libro del que todo el mundo hablaba y había sido otro regalo de navidad, parte de una trilogía muy mencionada, lo comenzó a leer en navidades, pero no había podido terminar por falta de tiempo, hoy volvía a retomarlo, era divertido… enfrascada en la lectura se sobresalto cuando sonó el timbre… el repartidor de la mensajería le traía un paquete del tamaño de una caja de zapatos, parecía que hubiera viajado por medio mundo, firmó el recibí y se dispuso a descubrir quién se lo enviaba… No daba crédito a sus ojos, era de Juan desde Australia, pero ¿cómo era posible? Había estado con Juan esa misma mañana, no le había mencionado aquel paquete nunca. ¿Australia? Juan había regresado de su viaje a Australia hacía meses… Abrió curiosa la caja… todo eran pequeños detalles, un botecito con arena de una playa, una caracola, un trocito de madera desgastada por el paso del tiempo, una servilleta de papel con el logotipo de un restaurante llamado “Inés”, un tríptico de unas rutas multiaventura, un bumerán labrado… cuando terminó de ver todo aquello descubrió en el fondo una pequeña nota.

“Me hubiera encantado hacer este viaje contigo, pero necesitaba poner tierra de por medio y aclarar ideas, encontrarme conmigo mismo… Para mi sorpresa, me he encontrado, encontrándote en cada rincón…”

En sus manos sostenía aquella nota, un silencio embriagador era dueño de ese momento, todo desaparecía, nada tenía sentido, solo estaba ella, ella y una sencilla sonrisa…

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