lunes, 6 de julio de 2020

La segunda ola... (1)


Lía había sido previsora. La pandemia y el primer confinamiento le habían enseñado que era preferible tener reservas de todo en casa. Comida enlatada y no perecedera, medicamentos básicos, juegos de mesa, unas raquetas de pin-pon, productos de limpieza e higiene personal, pilas, agua envasada… Sus hijos la habían llamado alarmista, ella lo justificaba diciendo que sólo era por si volvían a confinarlos, además todo aquello eran cosas que consumían en casa habitualmente, así que si la situación no iba a peor nada se perdería.

Claro que la situación fue a peor, muchas personas tenían tantas ansias de volver a la normalidad anterior que olvidaron todo lo que habían pasado, sobre todo si ninguno de los muertos era suyo. El olvido y la sensación de falsa seguridad hicieron verdaderos estragos en la vida habitual de la gente. Las mascarillas pasaron a ser un gesto de educación social, nada más, así que muchos dejaron de ser educados. La distancia social se fue acortando a medida que el contacto social fue creciendo, la distancia desapareció. Volvieron los besos a las presentaciones, los abrazos y los apretones de manos, la exaltación de la amistad recién hecha. Los geles hidroalcohólicos pasaron a ser un producto utilizado por los absurdos hipocondríacos que fueron desapareciendo de la vida social. Todo se relajo tanto que la vida anterior a la pandemia parecía haber regresado con muchas ganas.

Lía continuo con su plan, si tenia que comprar dos botes de garbanzos metía tres en su carro, uno para su pequeño acopio. Poco a poco su despensa estaba a rebosar.
Durante el primer confinamiento ella y sus hijos habían jugado con la idea de irse a vivir al pueblo, a una casa que había en mitad de un gran bosque, escondida, pero con grandes posibilidades. Conocían a la dueña y sabían de su desesperación por venderla. Ellos no podían pagar el dinero que pedía, pero quizás quisiera alquilarla por un módico precio mensual. Esa idea nunca abandonó la mente de Lía.

Las semanas fueron pasando y las promesas de reforzar y mejorar la sanidad y preparar la educación para otros posibles escenarios similares empezaron a esconderse en el fondo de los cajones de los gobernantes. Primaba activar la economía, todos querían ganar lo mismo que antes de la primera ola. Seguramente querían ganar más. No importaban las prioridades sanitarias, aquellas que los salvaron durante la primera arremetida del virus, querían que la gente gastase, saliese, viajase y perdió importancia el cuidarse.
Los primeros en levantar la voz de alarma fueron los sanitarios, cada día llegaban más casos que prometían ser casos infectados por el virus, aunque no se hacían pruebas. Los ingresos de personas de todas las edades aumentaban a cada hora que pasaba, pero las autoridades no querían espantar al turismo, ni las inversiones de empresas extranjeras, no querían que el consumo bajase, no podían permitirse que la circulación del dinero se ralentizara de nuevo. Así que callaron, y trataron de silenciar las voces de alarma que empezaban a sonar.
Los hospitales empezaron a sufrir la escasez de camas y de medios para proteger a sus trabajadores. Algo que sin remedio se convirtió en una macabra espiral de decisiones.

Lía se había puesto en contacto con Peña, la dueña de la casa del pueblo donde vivían sus padres, y había llegado a un acuerdo con ella. Peña prefería que la casa estuviera habitada, Lía solo tenía que cubrir los gastos y estar dispuesta a marcharse si aparecía un comprador.
Cuando tuvieron las llaves en la mano, descubrieron que la casa era mucho más de lo que a simple vista se veía y tantas veces habían curioseado. Es cierto que el jardín estaba descuidado, los arboles frutales necesitaban una buena poda, la cerca de piedra que la rodeaba se había derruido en algún tramo, los postigos de las ventanas pedían a gritos una reparación, pero seguía teniendo el misterio que siempre había embrujado a Lía. El interior, los sorprendió, no se imaginaron jamás que la casa fuera tan grande, la planta principal tenía cocina-salón, dos cuartos de baño, una despensa con un gran arcón congelador que Peña les cedía gustosamente y cuatro amplias habitaciones. Todas ellas daban a un curioso patio interior que en otros tiempos fue un corral y que albergaba un pozo que suministraba agua a la casa. El antiguo sobrado lo habían convertido en un falso desván muy bohemio, forrado en madera y con parte del techo acristalado. Pero quizás lo que más les sorprendió fue que la casa tenia bodega. Una gran bodega en un estado magnífico y con una salida en la parte posterior del jardín, independiente de la casa. Un garaje para dos coches grandes, adosado a un lateral remataba la planta de la casa. Necesitaba una buena limpieza, algunas reparaciones y muebles, pero los electrodomésticos estaban, incluso un gran generador. El sistema de calefacción era radiante y dependía de una chimenea que había en una esquina del salón. Era una gran casa, alejada de la ciudad y a un minuto de la casa de los padres de Lía que se hacían mayores y muy vulnerables por momentos.
Las reparaciones y la mudanza fueron rápidas, no pretendían cerrar su casa en la ciudad, simplemente querían tener un plan alternativo si había un segundo confinamiento. La casa les brindaba muchas posibilidades, aunque no tecnológicamente, tenían teléfono fijo por cable, pero no llegaba la fibra, dependían de los datos de sus móviles, así que ampliaron sus tarifas para poder tener datos infinitos; llenaron sus discos duros de música, películas, series y documentales de todo tipo. El desván se convirtió en una pequeña biblioteca donde los libros de Lía por fin encontraron su hogar. La despensa empezó a estar llena y el arcón también. Las conservas caseras que hacía Lía encontraron su sitio en los estantes de la bodega junto con algunas botellas de vino y cerveza.

Y a medida que todo avanzaba, todo avanzaba, incluido el virus que parecía haber acelerado su proceso para propagarse. Las noticias que llegaban de otras partes del país eran desoladoras, miles de muertos, muchos de ellos en sus casas sin poder ser atendidos. Los hospitales hacían llamamientos a la ciudadanía, ya no pedían sanitarios pedían voluntarios que quisieran echar una mano, se atendía a los enfermos en los pasillos, en las entradas a los hospitales, el personal no volvía a casa, vivían en el hospital hasta que enfermaban y si aún quedaba alguien en su casa se retiraban a morir allí. Los desplazamientos estaban prohibidos entre zonas de diferente color, solo se movían las mercancías de primera necesidad, menos en las zonas negras, allí ya no entraba ni salía nada, ni nadie. El ejercito custodiaba las carreteras y malvivía en tiendas de campaña.

Lía y sus hijos, habían recogido sus últimas pertenencias de su casa en la ciudad unas semanas atrás y se habían instalado definitivamente en su pequeño gran refugio. Cultivaban un pequeño huerto, incluso habían restaurado un pequeño invernadero que los padres de Lía habían conservado por motivos más sentimentales que prácticos, que les permitiría seguir cultivando en invierno. Las conservas de Lía comenzaron a ser esenciales y dejaron de ser motivos de burla para sus hijos.

Los anuncios del gobierno del país eran desoladores. El confinamiento era total, solo se permitía salir de casa una vez a la semana para comprar productos que cubrieran las necesidades básicas y medicamentos. Si tenías síntomas de estar infectado debías ponerte en contacto con las autoridades sanitarias, ellas te facilitarían medicación. Si alguien moría en casa debías notificarlo a las autoridades, ellas se encargarían de recoger el cuerpo y cremarlo.
 Poco a poco el gobierno dejo de emitir consejos e indicaciones a la población, los cuerpos de seguridad se desperdigaron hasta desaparecer, los hospitales fueron abandonados, y las ciudades se convirtieron en campo lleno de oportunidades para los saqueadores y personas desesperadas. Los medios de comunicación fueron desapareciendo, solo emitían algunas cadenas de radio. Internet había sobrevivido de momento, pero no se sabía hasta cuándo podría aguantar. 
La segunda ola fue tan poderosa que no solo colapso el sistema sanitario, colapso la vida humana en la tierra.




Lía y sus hijos sobrevivieron a la segunda y a la tercera ola por haber jugado a tener un plan alternativo, un plan que construyeron entre risas y juegos de cartas durante el primer gran confinamiento.



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