domingo, 3 de junio de 2012

...domingo, tenía planes sencillos...


Domingo, el silencio matutino era roto por el centrifugado de una lavadora (estas no entienden de días de descanso). Se había levantado después de lograr cerrar los ojos, aún maquillados, durante lo que le habían parecido unos segundos. Había preparado café, tomado aquel antiinflamatorio fluorescente, encendido un cigarrillo… el espejo del baño le devolvía una imagen familiar. Anoche no le apetecía desmaquillarse, ignoró aquellas voces femeninas que dictaban reglas de belleza. “Tan solo es máscara de pestañas”, pensó.
Ahora, frente al espejo, retiraba los restos que aún quedaban, recogía su enmarañado pelo ensortijado, en una coleta descuidada… algo en su reflejo no encajaba… los pendientes, aún llevaba puestos los pendientes. En raras ocasiones adornaba sus orejas con pequeños pendientes, y siempre los guardaba cuidadosamente en su cajita al llegar a casa. Anoche olvidó que los llevaba puestos. Aquellos diminutos trozos de metal provocaron un estremecedor escalofrío, imágenes descolocadas comenzaron a desfilar a toda prisa por su mente, vívidas sensaciones recorrieron su piel… los dejó en su cofre que cerró con rabia contenida en un falso intento de dejar allí esas imágenes, esos recuerdos…
El domingo le brindaba tiempo dedicado, tenía planes sencillos, una comida en familia, un intento más de leer plácidamente, una película agradable, una bañera llena de agua, un paseo sin prisas… tenía planes sencillos. Recogió la ropa que había ido desperdigando por la casa la noche anterior, la camiseta en el baño, las sandalias en el pasillo, la chaqueta en la cocina, los pantalones en el salón... sus caóticas llegadas a casa eran una marca registrada, en algún momento se había hecho el firme propósito de corregirlas pero no deseaba controlar ese momento de desorden. El salón olía a tabaco, junto a un gin tonic aún sin terminar, el cenicero la acusaba rebosante de colillas apuradas…
…sentada en los escalones del patio, mientras disfrutaba del café y el tercer cigarrillo del día repasaba la velada de la noche anterior. Había ido a cenar a casa de unos amigos, una pareja encantadora. Una velada agradable, una cena generosa, un postre espectacular y un combate de boxeo (si, un combate de boxeo, increíble en ella). No había sido una invitada dicharachera, pero no sería juzgada por ello. Un taxi la había devuelto a casa. La lluvia había hecho acto de presencia y olía a tierra mojada, no quería meterse en la cama a desesperarse y dar vueltas cual peonza inquieta. Así que, preparó una copa con mucho, mucho hielo, apago el ordenador que aún ronroneaba en el salón y en absoluto silencio y relativa oscuridad disfrutó de unos minutos de soledad elegida, aunque pronto sus pensamientos comenzaron a tener muchas cosas que decir…
Últimamente no lograba terminar los días y comenzarlos de forma racional, las sensaciones atesoradas en la piel la llevaban ventaja, controlaban aquellos momentos. El resto del día lograba encarcelarlos, a veces hasta con éxito…

Apuró el café, se incorporó dejando que su cuerpo se quejara… las seis y diez, era domingo, tenía planes sencillos…

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