Domingo,
el silencio matutino era roto por el centrifugado de una lavadora (estas no
entienden de días de descanso). Se había levantado después de lograr cerrar los
ojos, aún maquillados, durante lo que le habían parecido unos segundos. Había
preparado café, tomado aquel antiinflamatorio fluorescente, encendido un
cigarrillo… el espejo del baño le devolvía una imagen familiar. Anoche no le apetecía
desmaquillarse, ignoró aquellas voces femeninas que dictaban reglas de belleza.
“Tan solo es máscara de pestañas”, pensó.
Ahora,
frente al espejo, retiraba los restos que aún quedaban, recogía su enmarañado pelo
ensortijado, en una coleta descuidada… algo en su reflejo no encajaba… los
pendientes, aún llevaba puestos los pendientes. En raras ocasiones adornaba sus
orejas con pequeños pendientes, y siempre los guardaba cuidadosamente en su
cajita al llegar a casa. Anoche olvidó que los llevaba puestos. Aquellos
diminutos trozos de metal provocaron un estremecedor escalofrío, imágenes descolocadas
comenzaron a desfilar a toda prisa por su mente, vívidas sensaciones
recorrieron su piel… los dejó en su cofre que cerró con rabia contenida en un
falso intento de dejar allí esas imágenes, esos recuerdos…
El
domingo le brindaba tiempo dedicado, tenía planes sencillos, una comida en
familia, un intento más de leer plácidamente, una película agradable, una
bañera llena de agua, un paseo sin prisas… tenía planes sencillos. Recogió la
ropa que había ido desperdigando por la casa la noche anterior, la camiseta en
el baño, las sandalias en el pasillo, la chaqueta en la cocina, los pantalones
en el salón... sus caóticas llegadas a casa eran una marca registrada, en algún
momento se había hecho el firme propósito de corregirlas pero no deseaba
controlar ese momento de desorden. El salón olía a tabaco, junto a un gin tonic
aún sin terminar, el cenicero la acusaba rebosante de colillas apuradas…
…sentada
en los escalones del patio, mientras disfrutaba del café y el tercer cigarrillo
del día repasaba la velada de la noche anterior. Había ido a cenar a casa de
unos amigos, una pareja encantadora. Una velada agradable, una cena generosa,
un postre espectacular y un combate de boxeo (si, un combate de boxeo, increíble
en ella). No había sido una invitada dicharachera, pero no sería juzgada por
ello. Un taxi la había devuelto a casa. La lluvia había hecho acto de presencia
y olía a tierra mojada, no quería meterse en la cama a desesperarse y dar
vueltas cual peonza inquieta. Así que, preparó una copa con mucho, mucho hielo,
apago el ordenador que aún ronroneaba en el salón y en absoluto silencio y
relativa oscuridad disfrutó de unos minutos de soledad elegida, aunque pronto
sus pensamientos comenzaron a tener muchas cosas que decir…
Últimamente
no lograba terminar los días y comenzarlos de forma racional, las sensaciones
atesoradas en la piel la llevaban ventaja, controlaban aquellos momentos. El
resto del día lograba encarcelarlos, a veces hasta con éxito…
Apuró
el café, se incorporó dejando que su cuerpo se quejara… las seis y diez, era
domingo, tenía planes sencillos…