…
y cada vez que miró esa mano derecha recuerdo el agua saliendo de aquella taza…
Comenzaré
por el principio… hoy comenzó siendo un día más, uno entre otros tantos. La
rutina matutina ha sido la habitual. El despertador, lejos de quedarse mudo,
anunciaba con su habitual verborrea que era la hora de comenzar oficialmente. Se
terminó la sufrida intentona de que Morfeo acudiera en mi ayuda. (¿Para qué se
llaman dioses, si luego no tienen poderes?).
Entrar
en la habitación de mi hija (toda una aventura), hoy tocaba ladrido, qué le
vamos a hacer. Entrar en la de mi hijo que a pesar de no gustarle nada
despertarse, lanza un beso en señal de cariño…
La
ducha, me quedaría bajo el agua eternamente, aún corriendo el riesgo de
parecerme a una uva pasa (es la mejor de las opciones que se me ocurre, ¡ja!). …
la mochila, la toalla, el bañador, las chanclas… zumo de naranja, pasta de
dientes, hacer la cama, … casi es la hora, ¡joder! la lavadora ha terminado…
¡coño! tengo que tenderla (se supone que Pepito Grillo tiene cosas mucho más
importantes que hacer), aún me quedan cuatro minutos, ¡hay tiempo! … la
cazadora, la mochila, los chicles, los besos, ¡buen día!, las muletas… ¡bien! ya
estoy fuera de casa. (Me río yo de los atletas de los tres mil obstáculos).
Según
subo la calle, sorteando diversas sustancias (unas más identificables que
otras), saludo al barrendero, al señor que va a caminar todos los días, y al
dueño de la tienda de electrónica… ya estoy en la parada del bus. Tras unos
minutos de espera, aparece a lo lejos, viene lleno, tanto que para entrar hay
que hacer malabares (con mochila y muletas incluidas) y para colmo, cuando ya
estoy dentro, veo que el conductor es el gracioso que me debe haber recibido
con la misma broma unas diez veces: “… la seguridad social tiene un método
novedoso para rehabilitar a los cojos. Han alquilado un terrenito en Rodas
Viejas y han cambiado a los fisioterapeutas por unas vaquillas, el 90% de los
pacientes sufren una cura milagrosa e inmediata.” Todo esto me suelta mientras
paso mi tarjeta y sonrío con cara de “ya conozco la novedad”… Mientras
esperamos a que el semáforo nos de paso, se da cuenta, junta las manos y pide
disculpas con ojitos de cordero degollado. “Tranquilo, es bueno comenzar el día
con humor… ja ja ja…”
El
recorrido es aburrido, exceptuando la llegada al final de la Gran Vía, el sol
baña con sus primeros rayos los Dominicos, casi todos los días me sorprendo
diciendo para mis adentros “¡hala!”.
Fin
del recorrido, frenazo, salida atropellada del bus, ¡qué frío!
Al
fin estoy en la clínica, ¡conseguido y puntual!
¡Buenos
días! … la mal apodada “máquina que no hace nada” me espera. Fuera muletas,
mochila, abrigo y zapatillas… 20 minutos de relax y después al agua… pero
¡sorpresa! el agua estaba saliendo de paseo y no precisamente venía de la
bañera. El cuarto de baño de los chicos se encharcaba por momentos… alguien (no
muy civilizado, por decirlo de una manera educada) había introducido de manera
sutil y muy eficiente, un objeto no identificable en la taza… fuera calcetines,
¡chanclas al rescate!, ¿cerrando la llave de paso de la taza dejará de salir
agua? ¡efectivamente!... metida en mitad del charco, con los pantalones
arremangados, oigo salir de mi boca (como quien ve la escena desde las
alturas): “si me traes unas pinzas o algo así, puedo sacar lo que está tupiendo
la taza”. Mientras pienso para mi “no pienso meter la mano ahí sin más”. Mas
las pinzas eran cortas y mi mano nota como el agua la moja… y claro (con la
suerte que he tenido siempre) las pinzas no logran arrebatar el objeto a la
taza, así que en un acto de purita idiotez paso las pinzas empapadas a mi mano
izquierda mientras mi mano derecha se sumerge en la taza para liberar el objeto
no identificado, que pasó a tener nombre segundos más tarde… No me lo podía
creer, tenía una compresa de la mano y no era mía… ¡puag! ¿una papelera?
¡joder! ¡una papelera, ya!
15
minutos después el agua encharcada estaba recogida… durante los cuales no pude
parar de repetirme a mi misma: “no te preocupes, te darás una ducha ahora
mismo, no te preocupes y no lo pienses”. Claro, que inevitablemente, media hora
en la bañera gigante de una habitación donde sólo estas tu, no es precisamente
el lugar ideal para distraerte y no pensar en lo que acaba de ocurrir… Dos
duchas más tarde, un crujido de espalda después y un viaje de vuelta a casa, no
he podido evitar necesitar una nueva ducha, tengo la mano enrojecida de tanto
frotar y el brazo casi en carne viva… he pensado en meterla en lejía, pero es
demasiado drástico y malísimo para un posible brote de alergia… así que, me voy
de nuevo a la ducha, esperando sentirme más limpia…
Para
aquellos que vais a leer esto y vais a vacilarme, que los habrá, diré en mi
defensa que el agua estaba aparentemente limpia y sólo quise echar una mano
(nunca mejor dicho) y evitar que todos aquellos que estuvieron allí no se
mojaran sus zapatos…
La
moraleja de todo esto, o al menos el lado positivo, es que todos los días hay
situaciones que me sorprenden… así que cruzaré los dedos mientras pienso: “mañana,
mañana toca sorpresa seca”.