martes, 11 de febrero de 2014

El reflejo...

El espejo devuelve la imagen que tú quieres ver, o al menos, la que eres capaz de ver. 

El mío no devuelve gran cosa, la mayoría de las veces tan solo devuelve una figura emborronada con cartelitos que no logro leer aunque, en esencia, los entienda.

Emborronada por las circunstancias, por las dolencias, por los años, por la rutina, por los pensamientos infinitos que comienzan siendo sonrisas y terminan siendo… Emborronada al fin y al cabo.

Solo veo una persona cansada de luchar contra molinos de viento. Y aunque de vez en cuando se dé una vuelta en uno de sus majestuosos brazos termina en el suelo empuñando la lanza para arremeter contra… no sé muy bien contra qué.

El reflejo no deja lugar a dudas, garabateada, incluso invisible; aturullada, incluso arrugada; rendida…


Y entre las arrugas aún se puede entrever las ganas que de vez en cuando afloran y rinden su pequeño homenaje a lo que un día fue, antes de ser engullidas de nuevo por la visión que el cristal devuelve. Ensoñaciones apagadas de lo que quiso ser y no fue.

Y sales a la calle, sin rumbo fijo, para poder decir al menos: “hoy salí” y te sientes transparente, cual fantasma, sin cadenas, sin horripilante voz, sin… transparente.


Sé que todo esto será temporal, eso me dice desde su gran púlpito mi cabeza, pero me siento tan cansada, tan apagada, tan triste… que todas mis ganas son de desaparecer, de abandonar, de huir… Sé que no puedo dejarme, no puedo rendirme… pero cada día las ganas son menos, las fuerzas flaquean y la idea de descansar comienza a ser demasiado atractiva…



Emborronada, transparente, cansada, abandonada… el reflejo tras el cristal.

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