miércoles, 16 de septiembre de 2020

Habita en mí...

 

 “Abuela, no te has terminado de ir y ya te echo de menos. Los juicios entre las dos los llevábamos mejor, sólo necesitábamos mirarnos, y a veces, ni eso. Nos delataban nuestros comentarios llenos de sensaciones que poco a poco se convertían en cruda realidad. Unos decían que éramos “medio brujas”; otros se quedaban en la sencillez y decían que éramos malas al expresar nuestras prontas opiniones con gestos que no podíamos evitar o palabras impregnadas en primeras impresiones y un poquito de “sexto sentido”.

Hemos pasado mucho tiempo juntas, mucho. Hemos dormido en la misma cama muchas veces, cuando la vida nos vapuleaba y necesitábamos sentirnos seguras. Me has agarrado de las orejas en muchas ocasiones para corregirme. Nos hemos dicho muchas cosas, más veces en privado pero nuestro genio y la impulsividad también han hecho que lo hiciéramos en público.

 Los que me conocen dicen que soy capaz de soportar palabras y hechos, que solo me afecten a mí, de manera estoica, pero también saben que con los míos no aguanto nada, (ni tengo porqué hacerlo). Heredé una loba de ti que a veces da miedo.

Sé que estos días han sido difíciles. Tuviste que despedirte de alguien del que jamás te quisiste despedir. Y te dejaste para reunirte con él. Tú y él; y vuestras creencias.

No estoy enfadada abuela, pero…

Estos días, a pesar de todo, has estado ahí. Has visto y sobretodo oído comentarios injustos, crueles, interesados, malintencionados… sé que algún coscorrón has repartido. Incluso te oído gritarme: “¡¡di algo!!”; aunque sabias perfectamente que no era el momento. Y me has visto contenida e intentando no ser una nota discordante, tratando de ser resolutiva y decidida para evitar esa parte menos emotiva a la familia. No sé si lo he hecho bien, mi intención ha sido buena y no quiero palmaditas en la espalda. Alguien lo tenía que hacer, pero tú y yo hemos oído juicios maliciosos y ladinos que nos han hecho sentirnos injustamente mal. Aunque hemos logrado mantenernos en falsa calma y en silencio.

Abuela, necesito olvidarlos, esos comentarios. Necesito sacármelos de la cabeza si quiero seguir mirando como miraba antes de tu noche.

Abuela, siempre te creí eterna porqué me prometiste que siempre estarías y ahora soy más consciente que nunca que la eternidad es finita.”

 

Lo escribí a vuela pluma (como casi todo lo que escribo) la noche del 12 al 13 de septiembre justo antes de escribir lo que sigue a continuación.

 

“Te fuiste con los primeros rayos de sol, sin palabras, en silencio. Decidiste que para qué cumplir los 107 si estabas cansada. Nunca te gustaron las medias tintas: “o se hace con ganas o no se hace”. Supiste encarar tu tiempo con valentía, con descaro, sin filtros. Gracias por una vida plena, llena de luchas y alegrías; de logros y respeto; de genio y cariño. Nos enseñaste que si se quiere, se puede; solo hay que trabajar con tenacidad. Siempre con humildad, y con la cabeza alta. Con generosidad, con mucha generosidad. Capaz de rodearte de mucha gente sin importar clases sociales. Querida por muchos y admirada por todos.

Sabias que era tu momento. Sigue habitando en tu familia, en los que te querían. Que el tiempo siga contando que hubo una vez una mujer; una madre; una abuela; una bisabuela; una persona… que el tiempo siga contando que hubo una vez una Pepa.

Josefa Gómez Fraile, la Sra. Pepa, mi abuela murió el día 11 de septiembre de 2020 rodeada de cariño y en su casa como siempre quiso. Sé que no todos habéis podido despediros de ella y acompañarnos como os hubiera gustado, las circunstancias que vivimos no lo han permitido. Desde aquí muchas gracias a todos.”

Habita en mí.

lunes, 24 de agosto de 2020

Me tocaba un pie... ahora me toca el hipotálamo

 

Ayer me di cuenta de que necesito soltar estrés, o quemar adrenalina o …necesito algo que me libere (no seáis mal pensados) de los malos “pensamientos” acumulados. Deshacerme de este estancamiento que empieza a devorarme por dentro.

Ayer me di cuenta porque reaccioné de una forma poco habitual en mí a una situación que estaba casi controlada. Pero ahí fui yo, cual energúmena a decirle cuatro cositas a la persona que no paraba de chillar. Tengo que decir que no levanté la voz, pero aun así las formas me hicieron perder la razón, la mucha o poca que tenía y que a estas horas dudo de la importancia de esta.

Llevo mucho tiempo callada, oyendo y leyendo auténticas barbaridades sobre la situación política, social o sanitaria y la verdad es que lo que antes me tocaba un pie ahora me toca el hipotálamo de forma insistente y realmente molesta.

Me tocaba un pie que ciertas personas despotricaran contra la reacción del gobierno ante la pandemia. Ahora me toca el hipotálamo que las mismas personas que antes gritaban “arre” ahora chillen “so”. Y que conste que no estoy en contra de los cambios de opinión (es de sabios rectificar), pero ¡coño! no me digas que siempre has pensado igual.


Me tocaba un pie que la clase política lejos de remar todos a una, utilizaran la situación para atacarse unos a otros (unos con más acierto que otros, por no hablar de principios éticos o cataduras morales)Ahora me toca el hipotálamo que la misma clase política se dedique a señalar con ese dedo acusador, que les deben regalar en cuanto tocan un poquito de poder o ven un micrófono, las vergüenzas ajenas, cuando aún no han terminado de lavar las propias (digo terminado muy optimistamente intuyendo que empezaron a hacerlo).

Me tocaba un pie que hubiera dirigentes que lejos de tener un poco de coherencia (un poco, solo un poco) desvariaban inventando aviones o material sanitario o test fiables por no hablar de mascarillas (válidas) para la población o recursos públicos cercenados en post de …no sé de qué; izando el “yo más y mucho mejor que vosotros, inútiles”, y que abogaban por que el gobierno no tuviera todo el poder para gestionar esta pandemia en aras de las diferencias territoriales y la incidencia de la misma. Ahora; ahora me toca el hipotálamo que vuelvan a izar la misma bandera, pero del revés y con la misma coletilla. ¡Coño! no queríais la responsabilidad, ahí la tienes, gestionad todo lo que ibais a gestionar. ¡Ah! ¡claro! No será que no era tan fácil; que se puede meter la pata en muchas cosas; que hay que coordinar muchos frentes. Si alguien tiene que meter la pata que sea otro que ya estáis vosotros para señalarlo. Un poquito de humildad y sentido patriótico. No del que sentís vosotros, del que sentimos todos cuando nos tocan a nuestra gente; de ese que no tiene color político y si un poquito de humanidad y empatía.

Me tocaba un pie el discurso trabajado, meditado y manipulador que mediante información sesgada trataba de darle validez moral a lo orado, de verdad que me tocaba un pie porque pensaba que al menos había inquietud histórica en las palabras, solo faltaba leer un poquito más a todos para evitar el sesgo (hay que ser paciente). Ahora me toca el hipotálamo, (y vaya que sí me lo toca) ese discurso que incita al odio, anclado en el pasado para señalar y recordar. Con cierto repelús a recordarlo todo y no solo parte. A reconocer que por mucho que se empeñen en comparar, hay cosas que lejos de ser comparables son un insulto para la inteligencia colectiva de la población de este país y para su historia objetiva.

Me tocaba el pie que hubiera defensores acérrimos de la monarquía (parlamentaria) que seguimos teniendo en el país, el ritmo de la evolución no es igual en todos. Incluso entiendo que muchos de sus defensores se agarren (como a un clavo ardiendo) a hechos históricos muy importantes para la madurez democrática de este país y que han tenido como “protagonista” a la cabeza del estado. No le quito ni punto, ni coma. Pero me toca el hipotálamo (y sus alrededores) que no sean capaces de reconocer que los hechos acontecidos durante los últimos años no son dignos de esa magnificencia mal entendida que ha demostrado tener la emérita cabeza del estado, por no hablar del innegable egoísmo enfermizo o esos interminables discursos con retranca lanzados al pueblo para acallar su hambre de igualdad ante la justicia.

Como veis tengo los pies muy sobaditos, y os puedo asegurar que no me gusta nada que me los toquen, pero lo que ya no soy capaz de soportar es el manoseo de mi centro del control del estrés que por momentos está acabando con mi salud física y psicológica. Vamos que me siguen tocando el hipotálamo.

lunes, 17 de agosto de 2020

La Reunión de los Aborregados

 

- ¿Te pasa algo? Últimamente estas muy callada.

- Nada, no te preocupes. Simplemente no paro de darle vueltas a todo lo que está pasando. Aún no soy capaz de creer que estemos viviendo esto. -Dijo Lía mientras seguía removiendo la cucharilla en la taza ya vacía de café.

- Esta pasando. Nada más. No puedes hacer nada. Solo podemos intentar sobrevivir. No lo pienses, te pones triste y me preocupas mamá.

- La estupidez humana no tiene límites. El virus vino a intentar acabar con nosotros y encontró unos buenos aliados en parte de la población. Recuerdas cómo le quitábamos importancia el primer enero al virus, no iba a llegar a afectarnos, no éramos capaces de imaginarlo. Y en el primer marzo estábamos todos confinados. Mientras en hospitales y residencias contaban muertos. Y cuando pensábamos que habíamos doblegado la curva, llegó septiembre y coleó. Pensamos que era la segunda ola, y nada más lejos. Eran los últimos coletazos de la primera. El virus tenía aún mucho que demostrar y ¿qué hicimos? Volvernos a reír, dividirnos, señalarnos, olvidar, acusarnos y reunirnos. ¿Cuándo fue la Reunión de los Aborregados? ¿el 18 de agosto? - preguntó Lía a Gaia mientras levantaba la vista de la taza.

- 16 de agosto, en la Plaza Colón. La Reunión de los Aborregados. ¿Cómo llegó a tener ese nombre? - preguntó Mosi mientras se sentaba a la mesa y servía más café a su hermana y a su madre.

- Ese nombre terminó acuñándose meses después, cuando muchos de los asistentes reconocieron en redes sociales que se equivocaron al creer en lo que unas pocas cuentas de Twitter, Instagram, Facebook; páginas web y medios de comunicación contaban como cierto, certero o veraz. -Lía respiró como para coger fuerzas- Arrepentidos muchos utilizaron la etiqueta “aborregados” para disculparse. Pidieron disculpas, pero el daño estaba hecho- Lía no pudo evitar bajar la cabeza negando- Aquellas cuentas disfrazaron un objetivo oculto venido de otros tiempos, sacado de discursos obsoletos y retrógrados. Se valieron de personajes públicos venidos a menos y mal envejecidos. Aprovecharon el miedo; las ganas de volver a la normalidad para jalear ideas incongruentes. Llegaron a muchísima gente, unos contrastamos información y buscamos los orígenes de dichas ideas, pero sobre todo chequeamos el origen de las cuentas que vertían esa información. Otros simplemente se lo creyeron a pies juntillas por que iba en contra de todo lo que el gobierno o los dirigentes de sus comunidades trataban de implementar para tratar de mitigar los daños posibles. -Lía se llevó la taza a los labios antes de proseguir- Y se creyeron lo que decían y las siguieron como las ovejas al pastor. Los que estaban detrás solo tuvieron que soltar a sus perros para meter al rebaño en el redil. Aquel día Bosé y la ultraderecha hicieron caldo de cordero con una pandilla de descerebrados que jugando con la salud y la vida de todos se atrevieron a hacer una manifestación que trajo graves consecuencias. -Lía trataba de no arrastrar las palabras, pero no podía evitar su peso a medida que las pronunciaba.

- ¡Mamá! ¿tu, en contra de una manifestación? No puedo creerlo. Tú que siempre las has defendido, sean del color que sean- dijo Gaia en un tono que trató de que fuera lo más jocoso posible para quitar peso a lo que su madre narraba.

- Y lo seguiré haciendo. Todas las personas tenemos derecho a manifestarnos de una forma pacifica y respetuosa para enarbolar nuestras ideas y protestar. Pero aquello fue un sinsentido, un batiburrillo de gente que sabía a lo que iba, de personas que simplemente querían protestar contra el gobierno por ser quienes eran y seres que lejos de tener un mínimo de empatía con el resto de la población querían quitarse el bozal para poder berrear detrás de su amo. -Lía hizo una pausa antes de continuar- Hablaron de planes con falsas vacunas y nanorobots para controlar a la población, gritaron que querían ver el virus, vociferaron contra los resultados científicos de infectados; no se creían nada de lo que la comunidad científica decía y menos aún la gestión de las autoridades y sus objetivos. – Lía se revolvió en la silla antes de seguir- Imagino que ninguna de las personas asistentes a aquella absurda reunión había perdido por el virus a ningún ser querido en los meses anteriores.

-Mamá, todos vimos las imágenes, seguro que entre todos ellos había algún mentecato que había perdido a alguien, pero es más fácil culpar al gobierno de un plan oculto supremacista que asumir que un virus se llevó a tu tío, padre, hermano o amigo. No sé, mamá, lo que ocurrió aquel día fue un estúpido acontecimiento que pagamos todos. - La interrumpió Mosi, muy consciente de que su madre trataba de darle un sentido a todo lo acontecido después.

-Además, aquel día fue como si hubieran encendido la mecha- dijo Gaia en voz alta, mientras se echaba un poco más de azúcar en el café.

- Y la encendieron, no lo dudes. La humanidad había aprendido como enfrentarse al virus, más o menos. Incluso llegamos a creernos con mucha osadía que podíamos adelantarnos a él. De lo que no fuimos conscientes en ningún momento fue de que el virus, también evolucionó y nos ganó de la manera más cruel, dejándonos creer que lo teníamos casi controlado.


El día se apagaba fuera. Casi era de noche y solo eran las cinco y media de la tarde. Había sido una jornada llena de altibajos. La radio ronroneaba sobre la estantería de la cocina mientras el silencio inundaba todo. No podían evitar sentirse solos, como una nota no afinada en la sinfonía de un nuevo mundo.

martes, 4 de agosto de 2020

Ella





Se sentó frente al espejo y trató de ser lo más honesta posible consigo misma.

…quizás no le gustaba la imagen que el espejo le devolvía, pero era su imagen… Resignada fue un poco más allá de las canas, las arrugas, los kilos de más o aquella mirada cansada. Las últimas semanas la habían removido mucho. Había tenido tiempo de hacer pequeños balances, y muy a su pesar, no le terminaban de gustar sus conclusiones.

Cierto era, que su aspecto físico nunca fue uno de sus fuertes, pero quizás se había abandonado un poco, y no lo decía por sus canas, que le gustaban. Lo pensaba por esos kilos que habían encontrado su sitio, sus dolores de espalda continuos, o sus piernas hinchadas en cuanto el calor hacia acto de presencia. Quizás si su actividad física fuera de mejor calidad alguno de esos problemas se mitigaría.


Cierto era, que nunca fue de gatillo fácil a la hora de juzgar, aunque siempre confió en sus impresiones. Pero siempre había tratado de ser generosa y justa a la hora de emitir opinión sobre alguien. Ahora ya sabia a ciencia cierta, qué era capaz de tratar con delicadeza y generosidad, y qué con dureza y justicia (toda la que su duda existencial permanente le permitía). Seguía sin soportar las mentiras, y aunque antes prefería pasar por tonta o hacer oídos sordos, sobre to
do si venían de su entorno y no tenían importancia. Ahora se había vuelto intransigente ante la mentira, podía mantenerse callada, pero se retorcía en la silla y se le veía en la cara que no tenia intención de hacerse la tonta. Y el enfado que antes duraba un momento, ahora duraba días mientras se volvía tristeza y aislamiento.

Cierto era, que la injusticia siempre despertó su voz, alta y clara. Ahora la mantenía despierta, noche y día. Aunque reconocía en voz alta que no solo la injusticia la mantenía en vela. Su economía maltrecha y la falta de trabajo también se alimentaban de sus horas de insomnio. Repasaba y revivía las decisiones más importantes que tuvo que tomar tiempos atrás, e inventaba mentalmente nuevas vidas si sus decisiones hubieran sido otras. Y siempre llegaba a la misma conclusión, ahora no sería ella.

No sería la de la ropa desgastada, sin estilo, siempre cómoda.

No sería la de los pelos rizados y las canas foscas.

No sería la que duda a cada paso que da.

No sería la que anima a los suyos a seguir mejorando.

No sería la que se alegra de los logros de los demás.

No sería la que escucha, está y es fiel a pesar de los pesares.

No sería contradictoria, emocional o intensamente detallista.

No sería la de la sonrisa fácil y la palabra amable (cada vez más medida, por desgracia).

No sería la de la protesta auténtica y opinión contraria, “pero si tú crees que es lo que debes hacer cuenta con mi apoyo”.

No sería ella si esas decisiones tan transcendentales hubieran sido otras. Quizás se equivocó, …muchos lo piensan.

Pero está aprendiendo a alejarse de las personas dañinas a pesar del dolor, a decir que no, aunque le cueste una discusión interna eterna, a asumir sus contradicciones y sus emociones, está aprendiendo a elegir batallas.

 

Cansada de regodearse en sus pensamientos absurdos, se levantó y salió al jardín con una taza de café en las manos. Aun eran las seis y diez de la mañana. Pronto amanecería y todavía no sabía si debía hacer esa llamada o si por una vez se mantendría firme y fiel a si misma.

 


martes, 28 de julio de 2020

Jimena y el bicho inerte

{…mucho me temo que eres positiva y tu decisión de aislarte antes de los resultados ha sido muy acertada. Mañana te volveré a escribir, con los resultados de la segunda prueba. Mucho ánimo y paciencia”.

Así se despedía de mi hace un rato mi médica de cabecera. Mantenemos una relación bastante cordial y fluida. Con mi historial médico y con esta situación amedrentando todos los recursos sanitarios que antes utilizaba, decidimos que la mensajería instantánea suplía bastante bien, la consulta presencial.

Hace unos días estuve con unos amigos pasando la tarde en casa de uno de ellos que tiene un maravilloso jardín que nos permitía mantener la distancia y disfrutar de la presencia de los demás. No nos veíamos desde febrero, teníamos muchas ganas de estar juntos, y los abrazos no se pudieron evitar, más bien no quisimos evitarlos. La tarde estuvo llena de momentos emotivos, algunos habíamos perdido a alguien de la familia, y otros lo habían pasado con un estricto aislamiento en casa. También hubo risas y muchas conversaciones pendientes que por fin encontraron su tiempo. Enseguida nos dimos cuenta de que no todos habíamos reaccionado igual al confinamiento y a las medidas a tomar. Los había que habían hecho de su casa un bunker de seguridad y nada ni nadie entraba de la calle sin antes no sufrir una desinfección meticulosa y obsesiva: fumigación y limpieza de todos los objetos o productos que vinieran de la calle, supermercado o farmacia; zapatos y ropa a la lavadora y ellos directamente a la ducha; salían desde el principio con guantes y mascarilla (respetable, muy respetable). Otros habíamos optado por mantener nuestras casas y nuestras vidas seguras, pero sin llegar a esos limites tan obsesivos: solo salir para la compra y adquisición de medicamentos cada quince días aproximadamente y mantener una buena higiene de manos y guardar escrupulosamente la distancia social. Y también hubo otros que como no ponían en riesgo a nadie (según ellos) se saltaron todas las normas y salían a dar su paseíto diario porque no aguantaban estar en casa (no voy a hacer ningún comentario).

Curiosamente uno de los obsesivos, se había infectado, aún no se explica cómo. Y otro de los que tuvo que seguir trabajando, es celador en el hospital, también se infectó. Nadie más lo habíamos pasado, pero muchos de ellos se habían hecho la prueba recientemente por diferentes motivos, incluso el día antes de nuestra pequeña reunión que creíamos bien orquestada.

Cuando regresé a casa y después de una ducha, ya en la cama, repasé como cada noche mi día. Me gusta hacerlo para poder mejorar ciertas cosas y tirarme de las orejas por otras. Había sido un buen día, pero ya era muy consciente del riesgo que habíamos corrido al reunirnos, sí, habíamos tenido cuidado con vasos y comida, habíamos mantenido una distancia bastante prudencial, pero algo me decía que no era suficiente. Escribí un mensaje a un amigo que también había estado en la reunión para contarle mis inquietudes, y no tardó ni medio segundo en llamarme exagerada, aunque me confesó que también lo había pensado.

Los días pasaron y como el sabor de boca que nos había dejado esa tarde de verano había sido tan buena, algunos propusieron repetirla. Esta vez, no fui, me pareció que abusábamos de la confianza que nos brindaban los dueños de la casa y que tentábamos a la suerte por demás. Mis padres siguen conmigo y no quiero correr riesgos innecesarios, llamarme miedica o excesiva, pero tengo que pensar en ellos también. Al igual que yo, otros reaccionaron de la misma manera. Podéis imaginar quien fue a la segunda reunión: los que ya lo habían pasado, los que se habían hecho las pruebas y habían dado negativo y los que nunca ponen en riesgo a nadie. Se lo pasaron genial a juzgar por las fotos que enviaron. Me dieron mucha envidia sana, sus cervecitas, sus risas, la barbacoa, las tumbonas, los besos, los abrazos, las confidencias, los audios mofándose de los que nos habíamos quedado en casa… mucha envidia sana, aunque mi libro y mi café no se quedaran para atrás.

Unos días después comencé a sentirme mal, lo achaqué a cualquiera de las enfermedades diagnosticadas que tengo, no quise pensarlo mucho. Escribí a mi confidente médica y me dijo que empezara a llevar un diario, con lo que comía, cuándo iba al baño y a qué, horas de sueño, y temperatura. Nada que no hubiera hecho en ocasiones anteriores. Sólo que ahora había un bicho inerte por ahí, esperando cualquier absurda oportunidad para alimentarse de vida y daba un poquito de miedo. Junto con mi diario médico del cual daba buena cuenta a mi médica, había empezado a llevar otro con las personas con las que había tenido contacto en los últimos 20 días, y me sorprendió. No habían sido tantas como imaginaba. Mis padres, aunque no había estado con ellos sin mascarilla ni en un lugar cerrado. Una vecina con la que me tomé un café en casa mientras piponeabamos del vecindario (una costumbre un poco fea, pero nos reímos muchísimo y es una gran terapia antidepresiva). Había ido a la compra al supermercado una vez. Una vez a la farmacia. La fruta, por suerte, me la traen a casa. Y la reunión con mis amigos, unas quince personas.

Al tercer día, el diario cantaba el solito la posibilidad fehaciente de estar infectada, así que mi enfermera vino a casa con su traje espacial para poder hacerme la prueba.

Y aquí estoy, pensando dónde, aunque casi lo tengo claro, y avisando de mi situación a todos los que han tenido contacto conmigo. Ya me ha llamado un rastreador para hacerme mil y una preguntas, al que pido disculpas públicamente por alguna contestación subida de tono que le he dado, y agradecerle su infinita paciencia y sus consejos.

Finales de agosto y encerrada en casa.

Os podéis imaginar la dureza emocional que ha contenido la llamada a mis padres. Y todas las advertencias que les he hecho. ¡Madre mía! Estoy tan angustiada por ellos. ¿Y si por mi culpa enferman?

Sé que a pesar de saber qué tener que hacer, porque aleccionados estamos todos, y todos sabemos cómo debemos actuar para evitar la infección. A pesar de saber, he diluido la gravedad de la situación en el veranito, el calor, el querer tocar, la he diluido a pesar de saber… y por ese momento aplazable he puesto en peligro a mi gente. No sé si sabré brear con mi conciencia, pero de momento mi sentimiento de culpabilidad es infinito…}

                                    (Extracto del diario de Jimena)

Jimena murió entubada dos meses después de estas reflexiones, sin saber que sus padres también perdieron la vida días antes que ella.

El bicho inerte aprovechó aquella reunión y se distribuyó por 63 personas de las cuales 7 murieron. Sólo fue una reunión, pero una de las personas había dado negativo días antes, se había infectado en otra mini reunión mañanera con otras personas unas horas antes.

Procurad ser prudentes. Por favor.


domingo, 19 de julio de 2020

Yomas


Y llega esa persona (a la que voy a llamar Yomas, por darle un nombre genérico y auténtico), que es tu amiga, que está en tu vida desde hace tanto tiempo que no quieres ni calcularlo. Que no puedes evitar quererla; pero tiene el extraño poder de hacer que te salga humo por las orejas cual locomotora a punto de estallar.
Posiblemente viva lejos, o no la veas todo lo que te gustaría, porque a pesar de los pesares, la quieres. Aunque cuando está todo se vuelva convulso, caótico, y muy centralizado (en Yomas, por supuesto). Te dirá que es el pegamento que aún mantiene unida a la pandilla, que solo quedamos cuando aparece. Y de alguna manera puede que tenga razón, sin embargo, no es del todo cierto. La pandilla se ve cuando puede; cuando le apetece; cuando el acontecimiento así lo requiere; no por obligación. Y sin pregonarlo a los cuatro vientos.

(Si tengo que ser sincera, últimamente por obligación hago muy poquitas cosas, los esfuerzos poco apetecibles no los hago por cualquiera y lo de quedar bien, nunca fue conmigo, así que sacad vuestras propias conclusiones).

Pero volvamos a Yomas. 

Yomas es una persona resolutiva, generosa, comprensiva y muy social. Así es como se definiría. (Claro está, que estoy generalizando, pero seguro que me entendéis). Yomas llega y abre la boca; se le llena de palabras que relatan actos que ha hecho, o hará y sin querer, te descubres diciéndote a ti misma: “no se lo cree ni ella”. Pero te equivocas, Yomas sí se lo cree, de ahí su aparente éxito. Va por la vida a trompicones, todo a última hora, en el último momento, en la prórroga, y le sale, le sale bien. Y no te mosqueas por que le salga bien, te mosqueas por que siempre habrá implicado a otras personas para conseguirlo y habrá puesto patas arriba sus vidas por momentos (o días) para conseguir su éxito. Y no le importará, no lo valorará, no lo reconocerá. El éxito siempre será suyo y se pavoneará de ello.

Yomas omitió decir en su definición que también es una persona olvidadiza, pero con una característica muy especial. Yomas verbalizará de forma muy dadivosa algo que va a hacer por ti que luego jamás hará (se le olvidó), pero cuando cuente sus historias lo habrá hecho de forma generosa y totalmente altruista, sobre todo si tiene un público entregado a girar en su tiovivo. Y lo peor de todo, no es que no lo haya hecho, lo peor es que Yomas piensa que lo hizo y merece tu agradecimiento y el aplauso de todos por ello.

Yomas es una persona muy comprensiva, no tiene ningún problema en regalarte tu tiempo (perdón, escribí “tu”, quise escribir “su”). Llamas para contarle algo. Algo que te ha sucedido y que te tiene preocupada. Puede que sea un problema de salud, o familiar o de trabajo o de relaciones personales, no importa. Puede que Yomas te deje contárselo, incluso plantear las dudas y preocupaciones que te genera, pero, curiosamente, a ella le pasa lo mismo (corregido y aumentado) y la conversación (sin saber cómo) gira, gira en torno a Yomas, una vez más. Tras hora y media al teléfono terminará su monologo con un “te tengo que colgar, a ver si me llamas y me cuentas como te van las cosas”.

Yomas es una persona a la que la vida seguramente haya vapuleado en sus relaciones personales (no llego a entender el motivo) pero todo lo demás irá sobre ruedas, se lo habrá currado (y mucho) y le irá bien. Y en ese devenir, sus opiniones, conocimientos y su forma de expresarlos se habrán convertido en verdad absoluta, como el gusano en mariposa. Sin remedio, sin posible discusión, las cosas son así, palabra de Yomas.

Yomas es una persona honesta, no miente, o al menos no miente siempre. Todos decimos mentiras, en ocasiones. Incluso cuando afirmamos y aseguramos que no lo hacemos. Utilizamos falsas verdades en beneficio propio o para evitar ser juzgados o no causar preocupación a alguien. Y somos muy conscientes de ello, al menos algunos. Yomas es como todos los demás seres humanos, miente, utiliza falsas afirmaciones en beneficio propio o para evitar que alguien juzgue sus actos y ya. Lo de no causar preocupación se lo pasa por el arco de triunfo y lo de ser consciente de que ha mentido, ¡eso! eso se le olvida tan rápidamente que es capaz de volverte a mentir en la misma frase mintiéndote sobre su mentira. ¡Es un genio!

Yomas es una persona luchadora y mucho (al Cesar lo que es del Cesar). Las injusticias la revuelven. Mucho. No dudará en alzar la voz y protestar. Llamará a las puertas de las estancias más altas buscando resarcir el agravio y no cejará en su empeño. Sobre todo, si la injusticia se comete contra ella o sus intereses. Si no es así, más que revolverse, gesticulará con las manos un poco y lo dejará correr.





Yomas es Yomas. Y ahora mismo estará leyendo este pequeño “ensayo” analizándolo meticulosamente y afirmando que no conoce a nadie así. Y siento decirte que curiosamente todos tenemos una persona así en nuestras vidas a la que adoramos pero que hace que nos hierva la sangre y nos revolvamos en la silla. Y si tú no la tienes es que quizás, tú seas Yomas.



miércoles, 15 de julio de 2020

El discurso (La Segunda Ola...3)


Lía iba a apagar la radio, pero Gaia le pidió que la dejara, aún no había oído el discurso del que tanto hablaban Mosi y su madre.





“Queridos conciudadanos, nos dirigimos a vosotros para haceros saber que no estáis solos. Seguimos trabajando para luchar contra la pandemia. Es cierto que el equipo de gobierno se ha visto mermado drásticamente, pero nos mantenemos firmes y en contacto con los gobiernos de las comunidades autónomas. Hemos de informaros que ante el número de bajas tan elevado entre las autoridades gobernantes nos hemos visto obligados a unificar ciertas comunidades: Principado de Asturias y Cantabria quedan bajo el gobierno de Castilla y León; La Rioja, Navarra y Aragón bajo el gobierno de Euskadi; Castilla La Mancha bajo el gobierno de Madrid y Murcia bajo el gobierno de Andalucía. Estamos trabajando para poder devolver sus gobiernos y competencias a las comunidades asumidas por otras, pero hasta que esto no se produzca mantendremos este esquema comunitario.
Somos muy conscientes que los tiempos que vivimos llenos de crudeza y macabra realidad están superando con creces cualquiera de los escenarios posibles barajados en nuestras previsiones. El peor escenario previsto era mucho mejor que la situación a la que nos enfrentamos.
Seguiremos clasificando mediante colores todos los municipios, con las consecuencias que ya todos conocemos pero que no está demás que volvamos a recordar.
Color negro: ningún vehículo entra o sale; ninguna persona entra o sale; el ejercito llevará a los limites del municipio, alimentos básicos como leche, pan, pasta, arroz, verduras, patatas y fruta para que los ciudadanos confinados lo repartan entre ellos, así como las medicinas básicas que se le asignen. La comunicación con estos municipios es exclusivamente telefónica.
Color rojo: solo el ejercito y sanitarios pueden entrar o salir del municipio y son los que proporcionaran alimentos básicos casa por casa y atenderán a todas las personas que lo necesiten. Rogamos máxima colaboración con ellos.
Color amarillo: están permitidos los desplazamientos una vez a la semana hasta otros municipios colindantes con igual clasificación para compras básicas, atender a familiares, acudir a la farmacia o centros de salud. Los cuerpos de seguridad son los encargados de velar por que estas normas sean cumplidas por todos y tienen total potestad de arrestar de forma inmediata y por tiempo indefinido a quien viole reiteradamente o de manera grave las reglas impuestas.
Color verde: están permitidos los desplazamientos hasta otros municipios, colindantes y seguidos para compras básicas, atender a familiares, acudir a la farmacia o centros de salud. Las personas confinadas en estos municipios pueden pedir un permiso especial para cuidar a familiares en otros municipios con otra clasificación, aunque tienen que ser muy conscientes que al cambiar de municipio y clasificación el desplazamiento es único de no retorno. Las fuerzas de seguridad asignadas a estos municipios tienen total potestad para hacer cumplir las normas dictadas y en caso de incumplimiento multar a la persona infractora, en caso de reiteración se procederá a su arresto y serán las fuerzas de seguridad quienes decidan cuanto tiempo durará dicho arresto.
A la entrada de todos los municipios se dejarán copias suficientes para que todos los ciudadanos conozcan todas las normas impuestas y puedan cumplirlas, así como una lista de los teléfonos a los que pueden dirigir en caso de dudas sobre cómo actuar.
España está trabajando en la obtención de una vacuna mucho más eficaz que la ya proporcionada a la población. Sabemos que el camino hasta conseguirla puede ser más largo de lo que todos deseamos, pero debemos tener un poco de paciencia y cumplir las normas para así salvaguardar la seguridad en la que deben trabajar los científicos que están encargados de llevar a cabo esta importante labor. Se sigue trabajando en varios puntos del país: Madrid, Murcia, Barcelona y Salamanca. Una vez que tengamos la vacuna se fabricará para hacerla llegar a toda la población. Se distribuirá a todas las personas en sus propios municipios sin importar la edad, por eso no será necesario que nadie se desplace hasta el municipio en el que se fabricará que por seguridad permanecerá sitiado y bajo un estricto control del ejército.
Por otro lado, todos aquellos ciudadanos que tengan la desgracia de perder a un familiar, amigo o vecino deberán notificarlo a las autoridades para que se proceda a la retirada y cremación del cuerpo. No están permitidos los enterramientos en los cementerios de los municipios. Una vez notificado seguirá siendo muy importante guardar una cuarentena de 20 días por todos sus contactos, siendo muy escrupulosos en las medidas de higiene, tanto personal como de los espacios utilizados o compartidos con otras personas.
El uso de la mascarilla sigue siendo obligatorio. Conocedores de la escasez de dicho producto en los insuficientes puntos de venta, damos por validas todas aquellas telas utilizadas para su elaboración, siempre y cuando tengan mínimo tres capas; es recomendable meter entre esas capas un filtro que puede ser un pañuelo de papel del que nos deberemos deshacer en cada uso de la mascarilla. La mascarilla, el lavado de manos y la distancia social siguen siendo las únicas medidas de protección que tenemos frente al virus, hagamos uso de ellas.
Conciudadanos, hemos de ser fuertes y pacientes. España está siendo golpeada de manera trágica por esta tercera ola. El virus ha mutado y es mucho mas virulento, se propaga con mayor facilidad por el aire en espacios cerrados, aunque sabemos que también lo hace en espacios abiertos. Hemos de ser prudentes y confiar en que las medidas que estamos adoptando son suficientes para poder hacerle frente de forma eficaz.
Llegará el día en el que podamos reunirnos de nuevo y empezar a reconstruir el país más fuerte, más libre y grande que nunca.”


- ¿Puedes apagarla ya? Llevan emitiendo ese discurso del secretario de estado toda la semana. Casi me lo sé de memoria- protestó Lía- aunque, esa última frase -dijo pensativa- es nueva, es como si alguien la hubiera añadido.
- ¿Cómo la van a haber añadido? -comentó incrédula Gaia.
- Pues yo juraría que esa frase está añadida, es la primera vez que la oigo. - Se apresuró a decir mientras se incorporaba casi asustada- Es la primera vez que la oigo en este discurso, aunque suena a pasado protervo.


miércoles, 8 de julio de 2020

La segunda ola... (2)


Aquel lugar era agradable para descansar, Lía recordaba a su padre diciendo que él quería descansar en un terreno alto a la sombra de un árbol, y allí estaba. 


Los padres de Lía murieron durante la segunda ola, aún funcionaba el hospital de la ciudad, pero se negaron a acudir. 

El día que se dieron cuenta que estaban infectados se encerraron en casa. Todos los días sin excepción, subían a la terraza mientras Lía limpiaba y hacía la comida. 


Cuando ella se iba, volvían a sus sillones con las almohadas recién ahuecadas. Sobre la mesa ya dispuesta para comer, en un vaso con un poco de agua, un ramillete de flores silvestres, o de lavanda. Lía sabía que a su madre le encantaban. Junto a sus vasos la medicación que debían tomar y en la televisión su programa favorito. La televisión emitía en bucle programaciones de tiempos menos aciagos. 

Lía observaba por la ventana que acababa de cerrar antes de irse, sabía que la ventilación era esencial, que se tomaran la medicación. Mientras regresaba a casa se autoconvencía de que aquello iba a salir bien, se recuperarían y volverían a volverla loca otra vez.
 Las semanas fueron pasando y su recuperación tardaba en llegar. La fiebre había cedido, pero los ataques de tos y la sensación de ahogo seguían presentes. Lía había ido consiguiendo el tratamiento en las farmacias de los pueblos cercanos, pero sabía que ya no era suficiente. El miedo se había apoderado de su día a día, y el momento más terrorífico era cuando de camino a casa de sus padres empezaba a vislumbrar la terraza, un suspiro, cada día más sentido, acompañaba su saludo ¡buenos días!
No quería ser consciente que un día ese pequeño gesto ya no lo podría hacer.

La primera en empeorar hasta no poder caminar fue su madre, no era capaz de mantenerse en pie, así que Lía la levantaba, la duchaba, la llevaba a la entrada para que le diera un poco el sol, mientras ella aireaba la casa, la desinfectaba, y hacia la comida. A veces todas esas tareas las hacía mientras su padre la seguía por toda la casa pidiéndole, rogándole que se fuera, que ellos se las podían arreglar solos, no quería que Lía se infectase. Cuando salía de allí se daba una ducha obsesiva fuera de la casa. Habían instalado en la parte de atrás, junto al garaje, una alcachofa que también servía para regar algunas plantas aromáticas que crecían junto al murete. Lía necesitaba unos minutos para recomponerse y el agua fría en pleno febrero la ayudaba a sentirse viva. Entraba en casa con una sonrisa a veces tan forzada que más que sonrisa era una macabra mueca.


Los días pasaban, pero los abuelos no mejoraban, les costaba hasta tragar el caldo que Lía les hacía a diario, habían perdido mucho peso y la fiebre había vuelto. El día transcurría entre estados de dolorosa conciencia y dulce semiinconsciencia.



El 2 de marzo de 2021, en plena segunda ola, Lía encontraba a sus padres muertos, agarrados de la mano, cada uno en su sillón y con las mascarillas puestas. Habían sido muy conscientes que eran sus últimas horas. Sobre la mesa, un sobre con su nombre, aún en el umbral de la puerta trató de alcanzarlo con mano temblorosa, no alcanzaba ni siquiera a tocarlo, pero sus piernas se negaban a moverse. Se dejó caer y se apoyó en el quicio de la puerta; se abandonó. Lloró en silencio, hasta que los gritos, sus gritos la hicieron reaccionar.

lunes, 6 de julio de 2020

La segunda ola... (1)


Lía había sido previsora. La pandemia y el primer confinamiento le habían enseñado que era preferible tener reservas de todo en casa. Comida enlatada y no perecedera, medicamentos básicos, juegos de mesa, unas raquetas de pin-pon, productos de limpieza e higiene personal, pilas, agua envasada… Sus hijos la habían llamado alarmista, ella lo justificaba diciendo que sólo era por si volvían a confinarlos, además todo aquello eran cosas que consumían en casa habitualmente, así que si la situación no iba a peor nada se perdería.

Claro que la situación fue a peor, muchas personas tenían tantas ansias de volver a la normalidad anterior que olvidaron todo lo que habían pasado, sobre todo si ninguno de los muertos era suyo. El olvido y la sensación de falsa seguridad hicieron verdaderos estragos en la vida habitual de la gente. Las mascarillas pasaron a ser un gesto de educación social, nada más, así que muchos dejaron de ser educados. La distancia social se fue acortando a medida que el contacto social fue creciendo, la distancia desapareció. Volvieron los besos a las presentaciones, los abrazos y los apretones de manos, la exaltación de la amistad recién hecha. Los geles hidroalcohólicos pasaron a ser un producto utilizado por los absurdos hipocondríacos que fueron desapareciendo de la vida social. Todo se relajo tanto que la vida anterior a la pandemia parecía haber regresado con muchas ganas.

Lía continuo con su plan, si tenia que comprar dos botes de garbanzos metía tres en su carro, uno para su pequeño acopio. Poco a poco su despensa estaba a rebosar.
Durante el primer confinamiento ella y sus hijos habían jugado con la idea de irse a vivir al pueblo, a una casa que había en mitad de un gran bosque, escondida, pero con grandes posibilidades. Conocían a la dueña y sabían de su desesperación por venderla. Ellos no podían pagar el dinero que pedía, pero quizás quisiera alquilarla por un módico precio mensual. Esa idea nunca abandonó la mente de Lía.

Las semanas fueron pasando y las promesas de reforzar y mejorar la sanidad y preparar la educación para otros posibles escenarios similares empezaron a esconderse en el fondo de los cajones de los gobernantes. Primaba activar la economía, todos querían ganar lo mismo que antes de la primera ola. Seguramente querían ganar más. No importaban las prioridades sanitarias, aquellas que los salvaron durante la primera arremetida del virus, querían que la gente gastase, saliese, viajase y perdió importancia el cuidarse.
Los primeros en levantar la voz de alarma fueron los sanitarios, cada día llegaban más casos que prometían ser casos infectados por el virus, aunque no se hacían pruebas. Los ingresos de personas de todas las edades aumentaban a cada hora que pasaba, pero las autoridades no querían espantar al turismo, ni las inversiones de empresas extranjeras, no querían que el consumo bajase, no podían permitirse que la circulación del dinero se ralentizara de nuevo. Así que callaron, y trataron de silenciar las voces de alarma que empezaban a sonar.
Los hospitales empezaron a sufrir la escasez de camas y de medios para proteger a sus trabajadores. Algo que sin remedio se convirtió en una macabra espiral de decisiones.

Lía se había puesto en contacto con Peña, la dueña de la casa del pueblo donde vivían sus padres, y había llegado a un acuerdo con ella. Peña prefería que la casa estuviera habitada, Lía solo tenía que cubrir los gastos y estar dispuesta a marcharse si aparecía un comprador.
Cuando tuvieron las llaves en la mano, descubrieron que la casa era mucho más de lo que a simple vista se veía y tantas veces habían curioseado. Es cierto que el jardín estaba descuidado, los arboles frutales necesitaban una buena poda, la cerca de piedra que la rodeaba se había derruido en algún tramo, los postigos de las ventanas pedían a gritos una reparación, pero seguía teniendo el misterio que siempre había embrujado a Lía. El interior, los sorprendió, no se imaginaron jamás que la casa fuera tan grande, la planta principal tenía cocina-salón, dos cuartos de baño, una despensa con un gran arcón congelador que Peña les cedía gustosamente y cuatro amplias habitaciones. Todas ellas daban a un curioso patio interior que en otros tiempos fue un corral y que albergaba un pozo que suministraba agua a la casa. El antiguo sobrado lo habían convertido en un falso desván muy bohemio, forrado en madera y con parte del techo acristalado. Pero quizás lo que más les sorprendió fue que la casa tenia bodega. Una gran bodega en un estado magnífico y con una salida en la parte posterior del jardín, independiente de la casa. Un garaje para dos coches grandes, adosado a un lateral remataba la planta de la casa. Necesitaba una buena limpieza, algunas reparaciones y muebles, pero los electrodomésticos estaban, incluso un gran generador. El sistema de calefacción era radiante y dependía de una chimenea que había en una esquina del salón. Era una gran casa, alejada de la ciudad y a un minuto de la casa de los padres de Lía que se hacían mayores y muy vulnerables por momentos.
Las reparaciones y la mudanza fueron rápidas, no pretendían cerrar su casa en la ciudad, simplemente querían tener un plan alternativo si había un segundo confinamiento. La casa les brindaba muchas posibilidades, aunque no tecnológicamente, tenían teléfono fijo por cable, pero no llegaba la fibra, dependían de los datos de sus móviles, así que ampliaron sus tarifas para poder tener datos infinitos; llenaron sus discos duros de música, películas, series y documentales de todo tipo. El desván se convirtió en una pequeña biblioteca donde los libros de Lía por fin encontraron su hogar. La despensa empezó a estar llena y el arcón también. Las conservas caseras que hacía Lía encontraron su sitio en los estantes de la bodega junto con algunas botellas de vino y cerveza.

Y a medida que todo avanzaba, todo avanzaba, incluido el virus que parecía haber acelerado su proceso para propagarse. Las noticias que llegaban de otras partes del país eran desoladoras, miles de muertos, muchos de ellos en sus casas sin poder ser atendidos. Los hospitales hacían llamamientos a la ciudadanía, ya no pedían sanitarios pedían voluntarios que quisieran echar una mano, se atendía a los enfermos en los pasillos, en las entradas a los hospitales, el personal no volvía a casa, vivían en el hospital hasta que enfermaban y si aún quedaba alguien en su casa se retiraban a morir allí. Los desplazamientos estaban prohibidos entre zonas de diferente color, solo se movían las mercancías de primera necesidad, menos en las zonas negras, allí ya no entraba ni salía nada, ni nadie. El ejercito custodiaba las carreteras y malvivía en tiendas de campaña.

Lía y sus hijos, habían recogido sus últimas pertenencias de su casa en la ciudad unas semanas atrás y se habían instalado definitivamente en su pequeño gran refugio. Cultivaban un pequeño huerto, incluso habían restaurado un pequeño invernadero que los padres de Lía habían conservado por motivos más sentimentales que prácticos, que les permitiría seguir cultivando en invierno. Las conservas de Lía comenzaron a ser esenciales y dejaron de ser motivos de burla para sus hijos.

Los anuncios del gobierno del país eran desoladores. El confinamiento era total, solo se permitía salir de casa una vez a la semana para comprar productos que cubrieran las necesidades básicas y medicamentos. Si tenías síntomas de estar infectado debías ponerte en contacto con las autoridades sanitarias, ellas te facilitarían medicación. Si alguien moría en casa debías notificarlo a las autoridades, ellas se encargarían de recoger el cuerpo y cremarlo.
 Poco a poco el gobierno dejo de emitir consejos e indicaciones a la población, los cuerpos de seguridad se desperdigaron hasta desaparecer, los hospitales fueron abandonados, y las ciudades se convirtieron en campo lleno de oportunidades para los saqueadores y personas desesperadas. Los medios de comunicación fueron desapareciendo, solo emitían algunas cadenas de radio. Internet había sobrevivido de momento, pero no se sabía hasta cuándo podría aguantar. 
La segunda ola fue tan poderosa que no solo colapso el sistema sanitario, colapso la vida humana en la tierra.




Lía y sus hijos sobrevivieron a la segunda y a la tercera ola por haber jugado a tener un plan alternativo, un plan que construyeron entre risas y juegos de cartas durante el primer gran confinamiento.



lunes, 29 de junio de 2020

Nuevos tiempos...


Nuevos tiempos se avecinan. Nuevos retos, nuevos intentos de ser felices, nuevos estilos de vida, nuevos trabajos, nuevos métodos políticos, nuevos sueños, nuevas costumbres, nuevas metas, nuevas…


Parece que la naturaleza es capaz de pararnos en seco y podemos aprender de ello.




(A veces me pregunto qué más tenemos que hacerle para que nos extinga, pero eso es otra historia).


Antes, antes llenábamos nuestras casas, nuestras calles, nuestros montes, nuestros mares de basura, botellas de plástico, vertidos nauseabundos, incluso electrodomésticos desechados, móviles, colillas de cigarrillos, o simplemente el envoltorio del bocadillo que nos comíamos mientras descansábamos en mitad de la ruta que estábamos haciendo porque teníamos conciencia (casi) ecológica y nos gustaba salir a disfrutar de la naturaleza.


Ahora, ahora que somos (un poquito) conscientes de lo vulnerables que somos y que si ella (la naturaleza) quiere, nos puede aplastar en cuestión de semanas con un bichito chiquitín; que, además he de suponer, que no le ha costado mucho crear.
Ahora, ahora llenamos nuestras casas de productos mucho más respetuosos con el medio ambiente; no generamos y abandonamos nuestra basura en cualquier sitio. Ahora nos replanteamos nuestras formas de vida y cuestionamos el consumismo agresivo en el que hemos involucionado. Debatimos sobre si las necesidades que creemos reales son tan exacerbadas como para explotar todos los recursos que manejamos hasta dejarlos exhaustos. Ahora sabemos que para cuidarnos a nosotros mismos el que tenemos enfrente también tiene que cuidarse. Ahora nos preocupamos por las verdaderas necesidades, reales, no por las que hemos ido creando y haciendo de todos.

Claro que el ser humano parece estar programado para olvidar, y lo entiendo, si una madre recordara solo y exclusivamente el dolor del parto, nos abríamos extinguido hace mucho tiempo, pero las madres recordamos el momento de tender los brazos para acoger la nueva vida y repetimos. Olvidamos los malos momentos o al menos los suavizamos, y quizás tendríamos que empezar a programarnos para generar una alarma que nos recordara que, a veces, por supervivencia, hay que rememorar la crudeza, el sufrimiento, la crueldad o el dolor de los malos instantes, para seguir aprendiendo de ellos y evitar repetirlos (o al menos saber enfrentarlos de forma más eficaz si se repiten).

Me separé hace muchos años. Fue una separación dura, llena de sufrimiento y dolor por ver que la vida, la mía y la de mis hijos, no era compatible con el amor que le profesaba a la persona con la que había intentado construir una familia. Tuve que elegir entre una cosa y la otra. Acerté en la decisión, pero fue muy complicado tomarla, tanto que aún hoy por hoy, después del tiempo transcurrido, en los momentos de mayor desesperación (que los tengo) me replanteo aquella decisión y tengo que recordarme a mi misma que mi vida y la de mis hijos era (y es) más importante que el amor que sentía por aquella persona. Esa alarma, la cree yo, dentro de mi para salvarme una y otra vez de mi pasado, de aquel pasado.

Quizás el ser humano tenga que generar en la especie, una alarma que le salve de si mismo, una alarma que se vuelva atávica y nos proporcione seguridad, esa que nos permita seguir sintiéndonos pequeños y privilegiados por el simple hecho de vivir. Esa que nos muestre que las necesidades básicas son simples y tenemos (todos) el derecho a tenerlas cubiertas y la obligación de que todos las podamos cubrir. El resto de las mal llamadas necesidades que cada uno decida si realmente es necesario cubrirlas con premura o simplemente son pequeños lujos, que quizás no sean más que deseos generados artificialmente.
Estamos en ese “ahora”, tenemos (otra vez) una nueva oportunidad; nosotros decidimos, como especie, si queremos aprender y salvaguardar la vida o preferimos seguir comprando papeletas para nuestra extinción.
Un individuo rediseñando un pequeño aspecto de su vida genera un cambio, y por suerte todos tenemos ese poder, quizás sea hora de empezar.

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