jueves, 28 de febrero de 2013

...sensaciones encontradas


Vuelve la lluvia, vuelve la penumbra, vuelve el frío, vuelve… vuelvo a casa (espero que por poco tiempo, eso sí, aunque nunca se sabe), vuelvo a mi aguja de gancho, a mis lecturas más complicadas, a mi tiempo con mis hijos (¡sí!), a la compra sin prisas, a los pucheritos, a mi ventana… vuelvo…

Con las sensaciones encontradas, muy encontradas. Se acabó el suplicio, la tensión, los malos ratos, las malas caras, las faltas de respeto… se acabó tragar por un mísero sueldo. Aunque también se acabó el tener un ritmo de día útil…

¿No fui capaz de adaptarme?, ¿no fui capaz de desaprender y volver a los tiempos de antaño?, ¿no fui capaz de entrar en su juego? Tragué y callé, mas no sonreí… y eso fue lo que me desplazó. Quizás he perdido la capacidad de adaptación (estoy avocada a la extinción), quizás he perdido la capacidad de aguante, la capacidad de evolución (involución en este caso, lo que os digo, avocada a la extinción), quizás he perdido muchas capacidades… la dignidad ha sido la que no he perdido, quizás no supe ponerme en mi sitio, o no fui la luchadora que en otro tiempo fui… incluso en algunos momentos me he mordido la lengua más de lo deseable y me envenené. No lo he sabido hacer, no he sabido aprovechar la oportunidad, no he sabido…

…sensaciones encontradas...

martes, 19 de febrero de 2013

Treinta y nueve...


Habían pasado días, todo lo escrito se revolvía contra ella, aquel cuaderno la seguía señalando con el dedo. Las páginas manchadas de tinta no encontrarían más que un dulce descanso en alguna de las estanterías de su habitación.

Escribía para despojarse de la imagen que el espejo le devolvía, o al menos de la que ella creía ver, autocríticas mal plasmadas, palabras que sacaban las uñas y la herían sin control. Y el poder de las mismas era tal, que su cuerpo comenzaba a sentirse enfermo. Nada llenaba su tiempo, la cámara lenta se había instalado en su vida. Ni su trabajo, insano trabajo, ni su afición a la lectura, ni… nada.
Acurrucada bajo las mantas mientras la fiebre acampaba con ella sin motivo aparente, repasaba y regresaba a momentos vividos, a momentos inventados, a momentos dolorosos, a momentos… y se marcaba pequeñas metas, para el día siguiente (con permiso de la fiebre, claro está), para el fin de semana, para el mes siguiente, para el año siguiente… pequeñas metas. Y cuando la decisión aún estaba aflorando la necesidad acuciante de desaparecer diluida bajo aquellas mantas cobraba vida…
…quizás una ducha evitaría aquello que parecían ser pensamientos provocados por delirios más que por razonamientos personales… las tiritonas hacían que disfrutar del agua deslizándose sobre su piel fuera un mal relato erótico, se obligó a mantenerse bajo el chorro de agua templada unos minutos más, su piel erizada transmitía sensaciones contradictorias, salir o no salir, esa era la decisión. El frío se apoderó de su cuerpo aunque el termómetro no estuviera muy de acuerdo, treinta y nueve, un bonito número… Regresó de nuevo bajo las mantas, sus dientes marcaban un ritmo desigual, atropellado, desesperante. Se abandonó al tiempo, a las críticas, a las sensaciones, al cansancio… al sueño y por fin logró que dos horas parecieran cinco minutos… de regreso a la cruda realidad aquel bonito numero había reducido su importancia, treinta y ocho y medio era un número de lo más común. Empapada en sudor se dirigió a la cocina, necesitaba beber algo, aunque no le apetecía demasiado. Allí, encima de la mesa blanca, estaba aquel cuaderno de pastas rojas, aquel malvado conjunto de palabras que empezaban a resonar de nuevo en su cabeza, leyó las últimas líneas mientras tomaba un sorbo de agua de un vaso desproporcionadamente grande… las últimas líneas no eran más que producto de la fiebre que la acompañaba…

“…el cartero había dejado un gran sobre en el buzón. No había remitente, una etiqueta perpetraba su nombre de forma tan anodina que casi se sentía ofendida, ninguna señal, nada. Publicidad, pensó mientras entraba en casa, dejó el correo encima de la mesa del salón, encendió la calefacción, llenó una olla con agua y un poquito de sal, sacó la ropa de la lavadora, encendió el ordenador, tendió la ropa en el tenderete del pasillo, contestó una llamada de teléfono (esta vez sí era publicidad), puso la pasta en el agua hirviendo… tras la comida se fumó un cigarrillo sentada en los escalones del patio, sus hijos dormían la siesta como siempre, y cuando regresó al salón vio de nuevo aquel sobre… encendió la televisión, alguna cadena echaría una película decente… Abrió el sobre, no entendía muy bien el contenido, de hecho volvió a comprobar que era su anodino nombre el que estaba escrito en el sobre… un billete de bus a un pueblo que no conocía y la reserva de una habitación en un pequeño hotel del mismo, unas instrucciones extrañas le indicaban la fecha, la hora de una cena a la que estaba invitada…”

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