viernes, 20 de abril de 2012

Siempre, siempre...


Allí estaban, el uno frente al otro, parados tratando de contener el sentimiento vívido que les empujaba a salir corriendo.
Había pasado tanto tiempo que no lograban recordar sus voces, a pesar de que para sí mismos habían recreado una y otra vez aquellas conversaciones que hacían de las horas minutos. Mas la mirada que mantenían decía mucho más que cualquier palabra dicha en voz alta. Aquello no lo habían perdido, sus miradas se entendían.
En aquellos instantes, sus recuerdos se agolpaban en un esfuerzo por encontrar la palabra adecuada. Recordaban las risas, las confesiones, las opiniones encontradas, las decepciones superadas, las promesas no olvidadas… todos salían a borbotones inundando el espacio entre ambos…
Ninguno de los dos dijo nada, caminaron hacia el otro y se fundieron en un tierno y largo abrazo, no acudieron lágrimas a sus ojos, pero si una gran sonrisa iluminaba sus caras cuando sus brazos habían reconocido el calor de sus cuerpos.
Recogieron sus maletas y delante de un café se pusieron al día en un par de horas. Nunca habían perdido el contacto, llamadas de teléfono, correos electrónicos, incluso mantenían una relación muy estrecha a través de las redes sociales… aunque al final del café reconocían como echaban de menos el ver al otro, ver su cara, su mirada, su reacción, sentir un abrazo era insustituible.
Los tiempos que corrían los había enlatado en trabajos absorbentes que apenas dejaban hueco para las tan añoradas relaciones de “tu a tu”. Todo giraba entorno a las nuevas tecnologías. 140 caracteres te daban la oportunidad de leer como Argentina hacía suyo lo ajeno o como uno de tus amigos iba a casarse. Conversaciones delante de una fría pantalla que ganaba calor con vocablos atrevidos, caritas sonrojadas o canciones con significados diferentes dependiendo de cada oyente.
Se iban a dedicar dos días, querían contarse aquello que no habían hecho por teléfono, no era nada importante, pero no se atrevieron a decírselo a un gélido aparato, necesitaban mirar al otro y sentirse escuchados. 48 horas de sentimientos a flor de piel, miedos vitales, confesiones infantiles, objetivos ocultos, risas incontroladas, recuerdos… 48 horas después de dos años sin verse.
La ciudad elegida, desconocida para ambos y descubierta juntos. Pocos lugares de interés turístico, mas una gran gastronomía por descubrir y bares y garitos que invitaban a mezclar conversaciones trascendentales con carcajadas descontroladas.

Tras dos días, todo se les hacia corto, habían quedado muchas cosas en el tintero, se iban con el deseo de más y con la promesa de volverlo a repetir antes de que pasaran otros dos años… un abrazo en la estación del tren los devolvía a la cruda realidad, a sus conversaciones telefónicas, sus comentarios encriptadas en twitter, sus fotos más recientes en facebook y sus recuerdos más preciados en sí mismos…

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